Hay algunas tosquedades que el tiempo se ocupa en alisar. El tiempo histórico, el tiempo social. Las tosquedades mismas de la existencia, la impaciencia, el entusiasmo ramplón. Hay autores que nos descubren una parte de uno mismo tanto tiempo escurrida, diluida en la sombra; hay obras, pinturas, dibujos que nos devuelven a lo esencial, a lo primigenio. En alguna página de la obra de Levinas, éste enuncia, se pregunta, sobre una idea sobrecogedora: cuáles son las opciones de la soledad y el lugar de la palabra en la economía general del ser. Tiempo, soledad y palabra como la tríada que perfora y sostiene la existencia misma.
El tiempo y el no tiempo, la eternidad. Aristóteles, santo Tomás y Heidegger en apasionado juego de ajedrez sin piezas, moviendo la (in)existencia para otorgarle un carácter, una entidad en el movimiento mismo; y, como en la sombra, tiñendo de un azul muy pálido ese movimiento brusco a veces, apacible otros, el no tiempo, el ser-en-sí-mismo, la eternidad gratuita. Levitas y santo Tomás, Aristóteles y Heidegger, las obras de la clara agua que discurre desde ahora hasta siempre, que aquietan. ¡Cuánto pasaje de Tomás para consolarse ante la pregunta sola, muda! Aristóteles para calmar la sed de orden y conocimiento. Heidegger, metáfora. Levitas, el dolor de pensar en Dios.
La dialéctica entre el existente, recipiente del tiempo, y el existir, el no tiempo, lecturas marxistas. No uso apurado del concepto dialéctica, sino el contrapunteo en el terreno de la realidad, en lo social, de lo determinado por la filtración en la historia, por la "evanescencia (…) [de] la forma esencial del comienzo". Marx releído desde sus circunstancias originales: sus manuscritos, el manifiesto, los análisis del capital, la economía política y la miseria de la filosofía entreverados con lo cotidiano en esta tierra de extrañeza, sin complicidad con la historia, con el pasado narrado y asumido de los pueblos. Pernoctāre
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Es la soledad del existir lo que vivifica, la que hace al existente entrar en una relación de plenitud con lo que lo rodea, lo animado y lo inanimado, más allá (y más acá) de los sistemas y de los proyectos. No es la soledad existencialista ni romántica, como apunta Levinas, mas aquella "que constituye el elemento absolutamente intransitivo", porque los "seres pueden intercambiarse todo menos su existir". En la existencia histórica, el ser intercambia lo que produce, y ese intercambio efectuado en las condiciones dictadas por el capital hay una apropiación indebida, una injusticia radical entre lo que se produce y cómo se le apropia. Ese intercambio posible está marcado por el desequilibrio, porque lo que es valor en sí mismo, la capacidad de trabajo, de producir, de crear, no puede ser intercambiado, filtración que es de la existencia misma. De ahí la enajenación, el estar apartado de la cualidad esencial de ser y, por lo tanto, de existir. Hay una metafísica en el pensamiento marxista: la historia queda herida de muerte cuando es trascendida por la libertad plena y verdadera del ser humano que ya no necesita de intercambiar su mercancía, su fuerza de trabajo, para vivir.
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No sólo al principio, sino siempre fue la palabra. (san) Juan escondió en la escritura la existencia hipostasiada, eterna, de la palabra. La palabra que nos define, primero como llanto y después como figura lógica, comprehensiva de la experiencia de existir. La palabra dicha a tiempo y a destiempo, desenterrada y vuelta a la velación. La palabra que se oculta para eclosionar, destellar, en la poesía. El hablar poético, la palabra que crea existencias y sostiene existentes. La palabra que consuela y regaña. La palabra dicha y olvidada, que se recupera de repente tras una insinuación, un olor, una lectura.
Este trípode sobre el cual se asienta la existencia evidencia la invariabilidad de ciertas experiencias, me atrevería a escribir de ciertas patrias –lugares de privilegio, en el que la hipóstasis del tiempo deja sin opciones ni lugar a la soledad y a la palabra; lugares a los que no se va, ni de dónde se viene, porque perviven en el no tiempo, inmensurable, inasibles, lugares sólo para el existir.
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En los anaqueles de falsa madera , contra la pared de mi estudio, reposan tres volúmenes de sospechosa factura intelectual: el primero, una selección de lecturas de Materialismo Histórico, sin sello editorial preciso, salvo un nota en la página final que indica que fue impreso por la Impresora Universitaria "André Voisin", en el año del veinte aniversario del Granma, 1976, en el ejemplar aparece un nombre manuscrito, Dr. Antonio Comas y un ex libris de la Biblioteca de la Escuela de Historia en la que se puede leer una fecha: doce de junio de 1976; se puede , también, leer en él, en la nota introductoria, que "Esta selección de textos para el estudio del Materialismo Histórico sólo persigue el objetivo de brindar un conjunto de materiales accesorios para los alumnos"; el segundo un diccionario de Comunismo Científico, redactado por el académico A. Rumiántsev, encuadernado en pasta, con páginas diseñadas a dos columnas como las ediciones antiguas de la Biblia y con caracteres eslavos en la página de identificación editorial; el tercero, otro diccionario, esta vez de filosofía, con un diseño de portada a rayas verdes sobre fondo amarillo y manido por el abuso indiscriminado de sus páginas.
Tres libros que sostienen un pasado determinado, sobre los cuales descansan, sin placidez, recuerdos y memorias, angustias y felicidades. Esos libros han trascendido ya su contenido mismo para convertirse en cifras de lo ido, de lo irrecuperable. Son libros que no se leen, se contemplan, se manosean, como intentado restituir una existencia ya agotada en el tiempo: ahora son vehículos para el no tiempo, manuales de palabras mudas, sin sentido, soledad ellos mismos.
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El crimen perfecto, me dijo un amigo que citó a Braudillard, es el asesinato de la realidad. Matar al existente, a lo que existe en connivencia con lo que lo anima, impulsa: rephrasing Braudillard. El fantasma es el asesino, el fantasma que corre y recorre, que aletea y vomita fuego, el que nació desparramando sangre y barro. Escribámoslo sin rodeos seductores: el capitalismo temprano y tardío, las estructuras de la producción y el reparto de lo producido, injustas. Matando a la realidad, enajenando la existencia, se allana el camino del infierno. Sociedad de culto a la apariencia, a lo no real, de consumo de bienes sin realidad, de pensamiento sin inteligencia, de desniveles existenciales. ¿Cómo pensar, escribir, movilizar en un tiempo sin palabra verdadera, sin soledad? ¿Cómo ser un intelectual en una sociedad oficiosa, desprovista de consistencia, llena de bacilos edulcorantes, de productos sustitutos? ¿Cómo llorar en una sociedad que fabrica felicidades en serie? ¿Cómo hablar? ¿Cómo estar solos? ¿Cómo ser?
Una digresión pertinente: Edward Said escribió una brevísima pero intensa biografía intelectual de Theodore W. Adorno. Citémoslo con energía y generosidad. Para Said, Adorno es "un exiliado metafísico antes de instalarse en los Estados Unidos: ya se mostraba muy crítico con lo que se consideraba el gusto burgués en Europa; por ejemplo, en música sus modelos están representados por las extraordinariamente difíciles obras de Schoenberg, obras cuyo destino han sido el de permanecer honorablemente desconocidas, imposibles de escuchar. Paradójico, irónico, crítico implacable; Adorno fue el intelectual quintaesenciado, que rechazaba todos los sistemas, los que nos favorecían a nosotros y los que le favorecían a ellos, con idéntica aversión". Más adelante repasa lo que llama la "gran obra maestra de Adorno, Mínima Moralia, (…) que no es ni una autobiografía ordenada ni una reflexión temática, ni siquiera una exposición sistemática de la visión del mundo de su autor…". En Adorno, Said hace una catarsis, desnuda y verifica en la conducta del filósofo alemán lo que, en su opinión, debe ser un intelectual: un persona "cuyos pronunciamientos públicos no pueden ser ni anunciados de antemano ni reducidos a simple consignas, tomas de postura partidistas ortodoxas o dogmas fijos (…) Nada desfigura la actuación pública de un intelectual tanto como el silencio oportunista y cauteloso, las fanfarronadas patrióticas, y el repudio retrospectivo y autodramatizador". Son esas consideraciones, según Said, las que hacen de Adorno un ser "fragmentario, abrupto, discontinuo". Así como el ser que existe en una sociedad que repudia y que lo repudia, Adorno personificó, trascendiendo su propia biografía, el ser agobiado, anonadado, que deambula con sentido y pertinencia, existiendo en soledad, enhebrando palabras, zurciendo, tejiendo textos que se parecen al tiempo de Levinas, "algo que viene de sí mismo".
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Una ficción (periodística): Un despacho de prensa de prensa reportado por un tal Guy Koswill en Roisy, Francia, da cuenta de un hombre que ha estado once años esperando un documento de identidad que le permitiera viajar al Reino Unido a buscar a su madre. Según Karim Nasser Miran la suya "es una larga historia" que comenzó en 1974 cuando partió de Irán a buscar a su madre de posible nacionalidad escocesa. Le retiraron la ciudadanía iraní y se acomodó en un aeropuerto parisino a esperar por el documento de identidad que lo reconociera como súbdito de la corona inglesa. El despacho asegura que "A su lado, en carro que lleva siempre con él, varias cajas de cartón guardan sus memorias" y, siempre según AFP declaró que "Toda mi ropa está en esos bolsos de deporte, además de un despertador que siempre suena a las siete". Identidad y tiempo en un hombre que no apura la verdad a extremos de publicidad, que sencillamente quiere reponer algo que ha estado perdido, oculto más bien, con una paciencia que sólo reconoce una hora, un tiempo cronológico que lo salva del anonimato. Esta ficción verifica en la cotidianeidad todo este entramado, a veces tenso, que es el discurso, la palabra sobre la esencial soledad del hombre, la extranjería del ser humano, su extrañeza, su puntual cuestionamiento que agoniza en el (des)concierto de la multitud que, como cantara Federico García Lorca en "Poeta en Nueva York", vomita y orina, agoniza "porque tan sólo el diminuto banquete de la araña / basta para romper el equilibrio de todo el cielo".
iLevinas, Emmanuel. "El tiempo y el otro". Ediciones Paidos Ibérica, Barcelona, 1993 p. 77, p. 83
ii Op. cit., p. 90
iii idem, p. 80
iv idem pp. 80-81
v "Selección de lecturas de Materialismo Histórico", s/e, s/l, 1976 p. 1
vi "Comunismo Científico, Diccionario", Ed. Progreso. Moscú, 1981
vii Said, Edward. "Representaciones del intelectual". Ediciones Paidos Ibérica. Barcelona, 1996. pp. 65-69
viii Op. cit., p.66
ix idem, p. 66
x idem, p. 14
xi idem, p. 67
xii Levinas, Emmanuel. "El tiempo y el otro". Ediciones Paidos Ibérica, Barcelona, 1993 p. 90
xiii Garcia Lorca, Federico. "Poeta en Nueva York". Ed. Seix Barral, Barcelona, 1987 p.90