viernes, 17 de enero de 2020

Kafka, Diarios (1920)

Del cuaderno en que Franz Kafka registraba sus impresiones diarias, los apuntes tomados en 1920 que lograron sobrevivir a la voluntad de destruir toda su obra son dos —uno del seis de enero, y otro del nueve. Según alertan los editores de los Diarios de Kafka (Franz Kafka, Diarios (1910-1923) (traducción de Feliu Formosa), Lumen Tusquest, España, 1995), "[e]l autor ha arrancado y destruido muchas anotaciones". La escritura de los Diarios revela a un ser ensimismado, con una enorme capacidad de observación y una imaginación fabulosa. El lector podría preguntarse qué significan esas entradas, y, al tratar de especular o de buscar una respuesta, terminar en una jungla en que las palabras se confunden, haciendo que se pierda todo el sentido de la escritura y de lo que se mueve detrás de ella. En sus apuntes diarios, Kafka se revela como alguien que habita en un abismo interior: "A través del cielo del vicio se conquista el infierno de la virtud." No es mero juego de palabras, ni petulancia decadente. El vicio aquí no es reverso de la virtud, sino su camino, a través del que nos preparamos para acceder a ella; pareciera que ese camino no es como aquel otro, angosto, sino más bien llevadero, que lo difícil, una vez alcanzado, es vivir en la virtud, virtuosamente, aquí, porque no existe ese otro lugar de premios y castigos. La idea del infierno se repite, o más bien, había sido ya mencionada tres días antes cuando asegura: "Si no tuviera el frescor de la vida, por su propio valor sólo sería algo […] inevitablemente surgido del antiguo pantano infernal." Antinomia de lo fresco y lo pantanoso, que es húmedo y caluroso —de ahí sale el "frescor de la vida". Esas contraposiciones que evocan, más que otra cosa, la estructura de un edificio lingüístico que yuxtapone claros y oscuros, nos llevan a entrar en la lectura de los Diarios de Kafka como quien se sienta con un sacerdote y le cuenta, con aplomo, sus dudas de fe y recibe, en respuesta, una reliquia.

La reproducción de las únicas dos entradas del año 1920 que quedan de los Diarios de Franz Kafka es un obsequio que me hago de inigualable prestancia, a la vez que un tributo al escritor que supo ascender al cielo de la literatura a través del infierno de la escritura (retoco ligeramente la traducción de Feliu Fermosa).

***

“6 de enero. Todo lo que hace le parece extraordinariamente nuevo. Si no tuviera el frescor de la vida, por su propio valor sólo sería algo —y él lo sabe— inevitablemente surgido del antiguo pantano infernal. Pero ese frescor lo engaña, hace que lo olvide o que se lo tome a la ligera, o que lo investigue incluso hasta el fondo, pero sin dolor. Hoy, indudablemente, es el día en que el progreso se dispone a progresar.

9 de enero. Superstición y principio fundamental, y posibilidad de vida:
A través del cielo del vicio se conquista el infierno de la virtud. ¿Es tan fácil? ¿Es tan sucio? ¿Es tan imposible? La superstición es simple.

Le han cortado un segmento circular de la parte posterior de la cabeza. Todo el mundo, bañado por el sol, mira hacia adentro. Esto lo pone nervioso, lo distrae del trabajo; además, le molesta que lo excluyan a él mismo del espectáculo.

No es la refutación del presentimiento de una liberación definitiva el hecho de que al día siguiente el cautiverio siga inalterable, o se vuelva peor, o que lo declaren a uno, incluso explícitamente, que aquello no acabará nunca. Todo eso puede ser el necesario preludio de la liberación definitiva.”

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