miércoles, 4 de agosto de 2010

Ayer tarde en la playa, el agua tibia. Sentado, mas bien acostado, casi en la orilla, con mi hija, arrullándola, como si no fuera lo alta que es, como si fuera aún pequeñita; y ella no quería que cambiara de posición, ni que dejara de arrullarla; le pregunté y ella –I love it. Pensé que estaba viviendo uno de esos momentos que ambos recordaríamos siempre e identificaríamos con la precaria felicidad. Desde ya, sentí nostalgia. ¿Cómo es que ella, tan joven, apenas diez años, siente nostalgia de su infancia, del tiempo en que la cargaba y le cantaba bajito cualquier melodía para que durmiera? ¿Qué esto que nos puede aniquilar y, a la vez, nos fortalece, nos llena, aunque sea mínimamente, de alegría? Pienso en ella pensando, usando otras palabras para evocar este momento, en otro idioma; pienso en ella usando la palabra homesick, para enhebrar el pensamiento, el recuerdo de este momento.

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