sábado, 16 de marzo de 2013
Diario, March 14, 2013
En la noche, vi un documental
sobre la vida de Francesca Woodman, The
Woodman, vale un millón de pesos. El padre de Francesca, a well-renowned artist, llama a sus dos
hijos “gift calamities”. Y tiene otra
cita el padre que vale también cada sílaba, como una onza de oro: “There is a psychic risk in being an
artist.” Hasta ahí, no más, que puedo caer en la blasfemia y lo
inconfesable. En la noche noche, otro documental sobre la relación entre Robert
Mapplethorpe, Patti Smith (que sale jovencísima en New York como recitando una
plegaria a la ciudad súper patética, pero era entonces arte, y no se discute,
se acepta, norma de fe, todo en nombre de las normas de la modernidad) y Sam
Wagstaff durante los años setenta y ochenta. Black White +Gray, el documental, y Mapplethorpe encariñado con
Sam, y Sam más que encariñado con Robert, y Patti allí mismitico, con su carita
y su pelito… y ¡qué rico! los tres juntitos, una deliciosa obrita de arte,
parte de arte y parte de eso que tanto nos gusta y nos avergüenza, ese
tira-y-encoje entre el pecado y la virtud. Pero honrar, honra, que nos enseñó
el Apóstol José. Sam Wagstaff tenía un ojo para el arte conceptual,
minimalista, para la fotografía, lo experimental, excepcional; abrió espacios
inéditos para el arte y los artistas contemporáneos suyos, y disparó los precios
del mercado del arte. Los manuales de economía nunca podrán descifrar, los meandros y el impacto que
personalidades como la de Sam Wagstaff imponen al mercado. El trío hacia algo más que gozar de los placeres de aquí abajo, se
ocupó de algunas cosas de allá arriba, región que con frecuencia llamamos, sensibilidad, arte,
espiritualidad.
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