Liturgias, celebraciones
litúrgicas de carácter religioso, unas, seculares, otras. En mi
adolescencia me sentía cercado por esos actos masivos, solemnes, eternos, donde se escuchaba una sola voz
y respondía el coro —teatro griego, máscaras, incienso o humo de pólvora, uniformidad... Me sentía más solo que
nunca. Establezco una relación directamente proporcional entre el número de
personas y la soledad—a mayor número de personas, mayor soledad; prefiero, al
decir de José Martí, los patios sombríos
y los conventos vacíos.
Las ceremonias religiosas son el vínculo con lo que no se ve, ese algo, que unos intuyen, otros afirman o
niegan y, del cual, muchos viven al margen. Es el aspecto litúrgico de los deportes lo que me atrae, unos más que
otros, en realidad, uno más que ningún otro—esos rituales en los que los
jugadores ejecutan unos movimientos, unas estrategias, que son respondidas por
los asistentes con exclamaciones que lo mismo pueden ser alabanzas que imprecaciones.
Esos días en que la rutina abdica ante lo extraordinario,
esos días que llaman feriados, de fiestas o duelos, de recordación o
celebración, son los días en que la ejecución de la liturgia de lo ordinario se trastoca, nada está
en su sitio, nada está a salvo de lo
imprevisto, y me siento perdido, como si se desmontara la realidad y todo lo sólido, lo que se asume como
permanente se desvanece y lo sagrado, lo que ha sido consagrado
por la consistencia del acto repetido en el tiempo y en el espacio, se
transforma en profano, el acto paradójico y contradictorio de la vida moderna,
con sus fiestas paganas, hasta esas camufladas con cánticos, salmodias, ritos y
símbolos de procedencia religiosa, de cualquier origen. También soy paradójico
y contradictorio—sería deshonesto pretender otra cosa pero, como San Ignacio
recomendaba, deseo desear no serlo.
De las muchas liturgias religiosas, la liturgia
romana y la ortodoxa, con sus ritos y cantos, sus oraciones y lecturas bíblicas,
sus recintos y paramentos, están en el centro y en los laterales, arriba y
abajo, dentro y fuera de la dimensión espiritual de mi vida. Hay otras
experiencias, liturgia y celebraciones religiosas, pero me son ajenas. Siento
apego y afecto por ciertos cantos y rituales de la religiosidad afrocubana pero
no me reconozco en ella.
Pensar en la liturgia, en lo litúrgico, escribir
sobre esa experiencia, es hacerlo sobre los textos canónicos, re-escribir esos
textos, escribir sobre ellos, en el
sentido casi físico de la preposición.
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