jueves, 21 de septiembre de 2017

Litúrgicas (2)

La liturgia es normativa en sus ritos y palabras. La liturgia tiene que ser conscientemente asumida con, o para, un propósito. El acto litúrgico no es normal ni natural, es volitivo y cultural. Algunos, o muchos, o menos, no sé, aspiran a la normalidad, a vivir normalmente, como de modo natural, es decir, sin sobresaltos. Lo litúrgico es exactamente lo opuesto—vivir litúrgicamente es vivir permanentemente en el sobresalto de lo inesperado, lo insospechado; los gestos y las palabras evocan sentidos, apelan a pensamientos y estados de ánimo que pueden, a otros, parecer lo mismo pero que es experiencia novedosa para quien vive esa repetición de lo mismo, que nunca es lo mismo, sino otra cosa... Eso lo saben los que usan el rosario cristiano —que repite los misterios que recuerdan distintos momentos de la vida de Jesús—, o los que usan el masbaha musulmán que repite los noventa y nueve nombres de Alá (dikr). [Eso me lleva a recordar la repetición de las letanías a María durante ciertos actos litúrgicos.] La liturgia nos permite ser uno con nosotros mismos, no ser tan extraños a nosotros mismos.
San Pablo, primera lectura de la misa del día de hoy—una propuesta que disgusta: Den muerte, pues, a todo lo malo que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría. Esto es lo que atrae el castigo de Dios sobre aquellos que no lo obedecen. Todo esto lo hacían también ustedes en su vida anterior. Pero ahora dejen a un lado todas estas cosas: la ira, el rencor, la maldad, las blasfemias y las palabras obscenas. No sigan engañándose unos a otros; despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen. No nos entristezcamos, vivimos la "vida anterior". Es lo normal. Lo normal es que no demos muerte a lo malo, sino que convivamos, en una relación que nos avergüenza o nos es indiferente, con el mal. Lo sabemos muy bien: cuando alguien nos habla de revestirse del nuevo yo, el hombre nuevo, es un demagogo o un demente, o una mezcla de los dos —es que vivimos en la vida anterior.
Acotación política: normalidad era lo que pedíamos para Cuba—"Quiero vivir en un país normal. Basta de anomalías". ¿Qué es eso de que todos los ciudadanos de un Estado accedan a servicios educacionales y sanitarios gratuitamente, desde los más básicos hasta los más complejos? ¿Qué es eso de que haya una canasta familiar básica asegurada y subsidiada por ese mismo Estado? ¿Qué es eso de que ese Estado, pobre y subdesarrollado, sin recursos energéticos propios, "ayude" —dicen ellos— a otros países, pobres y subdesarrollados también, con maestros, médicos, constructores, soldados, entrenadores deportivos, en lo que esos alucinados llaman "ayuda internacionalista"? Eso es anormal... ya ven, la utopía se derrumbó... Una lenta vuelta a la normalidad.

Hay quien insiste, como en el rosario o el masbaha, en repetir el único nombre posible del mañana que ya fue, aunque lo hayan oscurecido las artificiales luces de hoy.

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