La liturgia es normativa en sus ritos y palabras.
La liturgia tiene que ser conscientemente asumida con, o para, un propósito. El
acto litúrgico no es normal ni
natural, es volitivo y cultural. Algunos, o muchos, o menos, no sé, aspiran a
la normalidad, a vivir normalmente, como de modo natural, es decir,
sin sobresaltos. Lo litúrgico es exactamente lo opuesto—vivir litúrgicamente es vivir permanentemente
en el sobresalto de lo inesperado, lo insospechado; los gestos y las palabras evocan
sentidos, apelan a pensamientos y estados de ánimo que pueden, a otros, parecer
lo mismo pero que es experiencia novedosa para quien vive esa repetición de lo mismo,
que nunca es lo mismo, sino otra cosa... Eso lo saben los que usan el rosario
cristiano —que repite los misterios que recuerdan distintos momentos de la vida
de Jesús—, o los que usan el masbaha
musulmán que repite los noventa y nueve nombres de Alá (dikr). [Eso me lleva a recordar la repetición de las letanías a
María durante ciertos actos litúrgicos.] La liturgia nos permite ser uno con
nosotros mismos, no ser tan extraños a nosotros mismos.
San Pablo, primera lectura de la misa del día de
hoy—una propuesta que disgusta: Den muerte, pues, a todo lo malo que
hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los
malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría. Esto es lo que atrae
el castigo de Dios sobre aquellos que no lo obedecen. Todo esto lo hacían
también ustedes en su vida anterior. Pero ahora dejen a un lado todas estas
cosas: la ira, el rencor, la maldad, las blasfemias y las palabras obscenas. No
sigan engañándose unos a otros; despójense del modo de actuar del viejo yo y
revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el
conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen. No nos entristezcamos, vivimos la
"vida anterior". Es lo normal.
Lo normal es que no demos muerte a lo
malo, sino que convivamos, en una relación que nos avergüenza o nos es
indiferente, con el mal. Lo sabemos muy bien: cuando alguien nos habla de revestirse del nuevo yo, el hombre nuevo, es un demagogo o un
demente, o una mezcla de los dos —es que vivimos en la vida anterior.
Acotación política: normalidad era lo que pedíamos para Cuba—"Quiero vivir en un país normal. Basta de anomalías". ¿Qué es
eso de que todos los ciudadanos de un Estado accedan a servicios educacionales
y sanitarios gratuitamente, desde los más básicos hasta los más complejos? ¿Qué
es eso de que haya una canasta familiar básica asegurada y subsidiada por ese
mismo Estado? ¿Qué es eso de que ese Estado, pobre y subdesarrollado, sin
recursos energéticos propios, "ayude" —dicen ellos— a otros países, pobres y subdesarrollados también, con
maestros, médicos, constructores, soldados, entrenadores deportivos, en lo que esos
alucinados llaman "ayuda internacionalista"? Eso es anormal... ya ven, la utopía se
derrumbó... Una lenta vuelta a la normalidad.
Hay quien insiste, como en el rosario o el masbaha, en repetir el único nombre
posible del mañana que ya fue, aunque lo hayan oscurecido las artificiales
luces de hoy.
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