sábado, 10 de marzo de 2018

Políticas (1)


A Rolando Prats
Una revolución victoriosa. [Pareciera que con el paso de la generación histórica, la Revolución se da por acabada, que la nueva hornada de "cuadros" no harán otra cosa que "cuadrar" la salida de la utopía para entrar en la normalidad (figura más potable de la distopía) —nos casaron con esa imagen arreglada en el Photoshop ideológico de la postmodernidad, la postnacionalidad, la postverdad—y todos esos "post" que no son sino disfraz, atajo, de la escasez de pensamiento original, de la inconsistencia de principios y valores; justificación abstracta, y abstraída, de la realidad tal cual (lo que es, por serlo, es de por sí prueba de lo que debe ser, parecen pensar: vaya tautología; reducción del viejo drama de lo histórico pugnando por sus destinos a guiñol del todo vale, con tal de que no volvamos a correr el riesgo de detenernos a pensar en ser, a no contentarnos con estar, a participar de un juego en el que nunca ganamos y cuyas reglas no decidimos— y cuando nos dicen la verdad nos asustamos, aunque sea una verdad histórica, una verdad que haya sido.] Una revolución victoriosa. [Cincuenta y nueve años después de aquel cincuenta y nueve el  consenso aparente es, en el mejor de los casos, dar por terminada la aventura (del hombre en busca de su humanidad)—lo otros, los acérrimos, proclaman "su" victoria, lo llevan haciendo la misma cantidad de años, sin penas y sin gloria. Ningún proceso histórico se repite a sí mismo idénticamente y, si hay procesos por esencia cambiantes, en permanente riesgo, esos son los revolucionarios—si una revolución es verdadera es un proceso extraordinariamente convulso y el cambio viene a ser lo permanente. No en nombre del cambio por el cambio, sino porque una revolución, si es verdadera, para seguirlo siendo debe oponerse a todo salvo a sí misma.] Una revolución victoriosa. ["Es un privilegio para un historiador vivir un proceso revolucionario"[1], dijo una noche de otoño de mil novecientos ochenta y nueve un historiador que poco después abandonó el privilegio por el sacrilegio. Desde que la escuché, y por muchos años, me tragué esa píldora retórica, dorada por el amateurismo y ese desenfado adolescente que todavía no ha abandonado a muchos. ¿Qué me hizo despertar de mi sueño dogmático? Conocer a la Revolución desde la contrarrevolución. Y toda revolución tiene la contrarrevolución que le corresponde: la cubana, original y ecuménica, radical y noble no podía, no puede tener en contra sino una contrarrevolución sin imaginación ni raíz ni nobleza.] Una revolución victoriosa. ["No entramos en razón" cuando tratamos de desentrañar las realidades históricas con las pinzas estériles, en su doble acepción de improductividad y limpieza, de lo burgués. "¡Qué démodé!" dirán los (post)modernos doctores de la lengua y la literatura y la política y la estafa intelectual, "¡Mira que hablar de burguesía a estas alturas!" Ya no hay burgueses, ni siquiera el Estado es burgués, hasta ese bazar de lo intrascendente nos han quitado. Las corporaciones "anónimas" son el nuevo estado, el nuevo ente, supraburgués, que hace que vivamos todos —incluso los que nunca fueron lo que dicen que no fueron, sino otra cosa más allá de lo razonablemente comprensible, los que se arrellenan en butacas de falso cuero y dictan cátedra, y se publican, y se tiran piropos estereotipados, con un humor que hiede, y comparten con un descaro "democrático" sus privacidades, ahora que se rasgan sus pobres vestiduras morales con esa triste producción alemana, "La vida de los otros", ahora que ellos se exhiben, de buena gana y peor gusto— en el capitalismo con todas sus asperezas y contradicciones, entumecidos hasta los tuétanos de tanto "gato por liebre", mientras ellos viven por encima de esas "pequeñeces" diarias de la falta de servicios básicos de educación y salud, de alimento y techo seguro, agua corriente y servicios albañales, trabajo digno y decentemente remunerado, ellos viven más allá de todo eso, incluso de las matemáticas: sus bienes y fortunas son incalculables, los números que se escuchan son infinitos, escapan a las cuentas del hombre común, billones, trillones... Mientras que en “la fracasada” Cuba, en “la finca de los Castro”, en “la cárcel más grande”, en medio de escaseces y privaciones materiales, insatisfacciones propias de lo humano, erradas decisiones políticas y administrativas, la población, en general, vive con despreocupación por lo esencial y desespero por lo accidental, lo superfluo, lo secundario —lo que todos queremos y adquirimos y usamos, y lo cual es legítimo, que no sólo de pan vivimos, pero de pan también y primero—, aunque no nos dimos cuenta hasta que fue muy tarde, como tampoco se dan cuenta ahora, ojalá que no sea muy tarde.] Una revolución victoriosa. ["Deja que vayas a Cuba y veas cómo vive el pueblo". Si este (falso por inexacto) axioma fuera cierto, entonces ¿qué veré cuando visite Honduras, Haití o la República Centroafricana? (¿Conseguiré a alguien que me acompañe a visitar esos países u otros similares?) ¿O qué vería cuando viera ciertos barrios del Bronx o de Oakland, o los suburbios de inmigrantes de las grandes capitales de Europa Occidental o los pequeños pueblos del interior de la República Checa? ¿Puedo usar la misma vara para medir la eficacia y pertinencia del sistema?] Una revolución victoriosa. [Cincuenta y nueve años en la historia no son como un ayer que pasó. Los niños de ayer somos los adultos de hoy, casi a las puertas de la vejez, es comprensible la falta de entusiasmo y vigor. Muchos de aquellos a quienes alguna vez, en ocasión de rendir homenaje a Ernesto Guevara tras su caída, Fidel exhortó a que fueran como el Che, modelo de hombre que no pertenecía a ese tiempo sino a los tiempos futuros, son hoy no solo todo lo opuesto de lo que fue (y a lo que quiso, él también, ser el Che, hombre de su tiempo empeñado en convertirse, adelantándolo, en hombre de tiempos futuros), sino además jurados enemigos de ese "asesino en serie" que fue, paradójicamente, asesinado (sin el lujo, siquiera, de un juicio sumario). Y así a los hombres de las futuras generaciones —que son ya los que están y se cuentan como cubanos— les interesan los clubes de fútbol de Barcelona o de Madrid no solo ya más que la revolución, sino que los propios equipos de béisbol de Industriales o Santiago de Cuba. Pareciera que con la llegada de las futuras generaciones se apagara el cirio de la Revolución que tanto ardió y abrasó, que la utopía ha cedido irremediablemente a la fuerza de lo inercial humano, que la "normalidad" ha llegado, para quedarse, en la cotidianidad y el escenario. Uno de los más fieles de nosotros me decía anoche nueve de marzo que ese momento en que Fidel expresó su deseo de que los combatientes revolucionarios, los militantes, los niños, las futuras generaciones, fueran como el Che es el momento más crístico de la Revolución, y lleva razón en ello, sin forzar analogías, y lo es no porque se pueda establecer un paralelo fácil entre el revolucionario que ofrece su vida por la liberación de los pueblos y el mesías que ofrece la suya por la salvación de la humanidad, es el momento más crístico precisamente porque realizar a Cristo en la historia, imitar en la historia al Cristo histórico, consumar lo más puro y más genuino no se realiza en la historia, entendida esta como lo sucesivo, sino que se inscribe en lo histórico como aspiración a un absoluto de justicia que es, en definitiva, el Reino de Dios, ese que anuncia constantemente Jesús y para lo cual vino. Por eso ese el momento más crístico, porque apunta a tiempos futuros, y el futuro dejará de ser tiempo por venir cuando la justicia y la paz se besen.] Una revolución victoriosa.

[1] Esto se lo escuché decir a Manuel Moreno Fraginals en la Casa Sacerdotal “Félix Varela”, en 25 y Paseo, La Habana, ante un grupo de católicos y exiliados cubanos.

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