martes, 27 de marzo de 2018

Litúrgicas (17). Modernas

Muy temprano, el pasado sábado me puse a revisar la prensa (fumar y leer la prensa, hábitos modernos, Camus dixit). En el suplemento cultural de El País (el diario global en el que se pueden encontrar buenas reseñas, entrevistas y críticas), Babelia, leo un artículo firmado por Mercedes Cebrián, Perspectivas sobre el tiempo, que reseña libros recién traducidos al español sobre este concepto, tópico o tema, a la vez físico y metafísico.

Al artículo lo precede una fotografía (se puede ver al lado) de la colección de la Royal Photographic Society que me resulta conocida [en este mundo tan visual no me debe asombrar este dejà vu; por ejemplo, las distintas representaciones pictóricas sobre la crucifixión de Jesús, o la última cena u otros momentos de la vida de Jesús, o de María, o de los apóstoles, o de la vida de los santos no son patrimonio único de museos o mansiones, se encuentran en cualquier lugar desde una tienda de baratijas hasta en humildes moradas]. El texto de Cebrián me lleva a dos libros reseñados que me interesan por la naturaleza y la composición de los mismos, Passing Times. An Essay on Waiting, de Andrea Kohler y Why Time Flies, de Alan Burdick. Busco la referencia (de compra) en Amazon y Barnes and Nobles. Quiero anotar esas referencias y abro una aplicación—hace más de dos años que no la uso y tengo sólo dos notas ahí, una de las dos es un poemario cuyo título no logro precisar. Puede ser Catálogo o Relación de la conquista, de Pedro Marqués de Armas (prefiero el primero, cuantas menos palabras, mejor). Ahí, en esa nota, encuentro la misma fotografía que precede el artículo de marras. ¿Coincidencias? No creo. Mas bien azar concurrente. Algo me indica, señala, esos dos libros, leerlos. Antes estaba, claro, esa obsesión que no cesa, con el tiempo, que quizás comience con Marcel Proust, poco leído y mal citado, y ese miedo que después se hace espeso linimento y que es un presente, este ahora, este minuto en el que el pasado es más presente que lo imaginado y ese futuro posible que no es sino imaginación de este instante y tuvo su paroxismo con el descubrimiento del libro de Samuel L. Macey, Time. A Bibliographic Guide, publicado en 1991 por Garland Publishing, que es una bibliografía de textos sobre el tiempo desde diferentes perspectivas—como si el tiempo pudiera diseccionarse, aislarse, observarse. En él se encuentran entradas bibliográficas divididas en veinticinco secciones: Multidisplinary Studies / Aging / Archaeology / Art and Architecture / Biology / Chemistry / Economics / Geography / Geology and Geophysics / History and Historiography / Horology / Law / Literature and Language / Mathematics / Medicine / Music / Navigation / Philosophy / Physics / Political Science / Psychology / Religion / Sociology and Anthropology / Time Management / Time's Measurement and Divisions, con un Authors' Index que puede ser la delicia de cualquier (inagotable) lector. Obsesión con el tiempo que no me desanima, sino que me impulsa, me hace ser cada día (¿hora, minuto, segundo? esas convenciones que marcan este devenir). ¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?” (Confesiones, XI, XIV, 17). Esta larga cita de San Agustín me excusa de la escritura, de perogrullar sobre lo que está ya escrito, sobre lo esencial. Podría ensayar largas disquisiciones que no por extensas serían más elocuentes ¿Por qué no imitar a Wittgenstein? Nada novedoso es señalar la línea tersa que une tiempo y ser, ayer, hoy y mañana... Este diluirse, pasar, dejar de ser para a la vez constituirse, en una sola pieza, en esta mortaja (in)animada, amenazada por virus, bacterias, células que degeneran, desgasto vital y existencial. [Leo en la prensa de hoy, en la prensa local, que ha muerto alguien a quien conocí brevemente, pero cuya figura débil y escueta me ha acompañado siempre como testimonio del tiempo que se agota, de que el evento no es sino eventualidad y que dejamos atrás, irreversiblemente, manchas de tinta sobre papel secante.


viernes, 16 de marzo de 2018

Litúrgicas (16)


De la primera lectura del cuarto lunes de cuaresma del profeta Isaías (2018)

«voy a crear un nuevo cielo
y una nueva tierra:
de las cosas pasadas
ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento
»
¿Qué más añadir a esta profecía en cuanto conocimiento de la vida eterna, si aceptamos la vida eterna desde la fe? Esta es una de las angustias del hombre, su finitud, su mortalidad, el dolor de la muerte y el dolor en el morir, la violencia de ese hecho, la violencia con que ese hecho puede precipitarse. Las religiones han sido explicación del mundo natural y promesa de otro sobrenatural, protección contra el mal en esta vida, promesa del bien eterno —no hay civilización, cultura, grupo humano que haya escapado a la religión o la haya soslayado, estará ahí siempre, no importa los altos niveles de desarrollo material y y conocimientos científicos, la pregunta siempre está ahí, la duda. Desde la fe decimos, "viviremos, sí, pero cómo". Entonces, se nos regala esta profecía hermosa como lectura de lunes, a pocas semanas de las celebraciones más importantes del calendario litúrgico romano —pasión, muerte y resurrección de Jesús, triduo pascual, revelación del kerigma
Si queremos saber cómo es la vida eterna, ahí está en pocas y hermosas y claras palabras lo que es —sin esoterismos baratos, ni misticismos ni arrobo, ni lágrimas ni carcajadas, ni new age o feng shui, o budismo o hara krishna, o meditación yoga con barniz cristiano [que la oración cristiana es lectiva, porque nace de un libro que contiene muchos libros, y es histórica, porque narra hechos y dichos, lectiva e histórica]
Pascal dixit: «La inmortalidad del alma es una cosa que nos importa tanto, que nos interesa profundamente, que es fuerza haber perdido todo sentimiento para permanecer indiferente sobre saber lo que es. Todas nuestras acciones y todos nuestros pensamientos deben tomar una ruta tan diferente, según que podamos esperar o no bienes eternos, que es imposible dar un paso en la vida con buen sentido y juicio, como no sea reglándolo según las ideas que se tengan sobre ese punto, que ha de constituir nuestro supremo fin.» [L’immortalité de l’âme est une chose qui nous importe si fort, qui nous touche si profondément, qu’il faut avoir perdu tout sentiment pour être dans l’indifférence de savoir ce qui en est. Toutes nos actions et nos pensées doivent prendre des routes si différentes, selon qu’il y aura des biens éternels à espérer ou non, qu’il est impossible de faire une démarche avec sens et jugement, qu’en la réglant par la vue de ce point, qui doit être notre dernier objet]
El cuerpo muere: la materia se transforma: veintiún gramos
Hace unos meses, asisto, virtualmente, a misa diaria. Una parroquia madrileña. Un sacerdote que incluye siempre en las preces una muy especial por la terrible situación en Venezuela. Y nada más. Ningún otro ruego —es como un guión. La fácil, y conveniente, conversión de los efectos (tan promiscuos) en causa tan transparente. O la satanización de la mentira cuando la verdad es ardua. Casi en todas sus homilías repite que existe la vida eterna, la resurrección de Cristo es un hecho histórico. Dice que existe la vida eterna con la convicción de alguien que ha visto y oído y palpado, con la fe del discípulo que vio y creyó (Juan 20, 8)
Wittgenstein preguntó si no era la vida eterna tan enigmática como la presente
Es difícil aceptar que de las cosas pasadas ni habrá recuerdo... Difícil por lo que hemos amado aquí, que siempre pesan más esos instantes dichosos que la desdicha. ¿No hay ahí un exceso de celos divinos? La eternidad a cambio de la memoria

sábado, 10 de marzo de 2018

Políticas (1)


A Rolando Prats
Una revolución victoriosa. [Pareciera que con el paso de la generación histórica, la Revolución se da por acabada, que la nueva hornada de "cuadros" no harán otra cosa que "cuadrar" la salida de la utopía para entrar en la normalidad (figura más potable de la distopía) —nos casaron con esa imagen arreglada en el Photoshop ideológico de la postmodernidad, la postnacionalidad, la postverdad—y todos esos "post" que no son sino disfraz, atajo, de la escasez de pensamiento original, de la inconsistencia de principios y valores; justificación abstracta, y abstraída, de la realidad tal cual (lo que es, por serlo, es de por sí prueba de lo que debe ser, parecen pensar: vaya tautología; reducción del viejo drama de lo histórico pugnando por sus destinos a guiñol del todo vale, con tal de que no volvamos a correr el riesgo de detenernos a pensar en ser, a no contentarnos con estar, a participar de un juego en el que nunca ganamos y cuyas reglas no decidimos— y cuando nos dicen la verdad nos asustamos, aunque sea una verdad histórica, una verdad que haya sido.] Una revolución victoriosa. [Cincuenta y nueve años después de aquel cincuenta y nueve el  consenso aparente es, en el mejor de los casos, dar por terminada la aventura (del hombre en busca de su humanidad)—lo otros, los acérrimos, proclaman "su" victoria, lo llevan haciendo la misma cantidad de años, sin penas y sin gloria. Ningún proceso histórico se repite a sí mismo idénticamente y, si hay procesos por esencia cambiantes, en permanente riesgo, esos son los revolucionarios—si una revolución es verdadera es un proceso extraordinariamente convulso y el cambio viene a ser lo permanente. No en nombre del cambio por el cambio, sino porque una revolución, si es verdadera, para seguirlo siendo debe oponerse a todo salvo a sí misma.] Una revolución victoriosa. ["Es un privilegio para un historiador vivir un proceso revolucionario"[1], dijo una noche de otoño de mil novecientos ochenta y nueve un historiador que poco después abandonó el privilegio por el sacrilegio. Desde que la escuché, y por muchos años, me tragué esa píldora retórica, dorada por el amateurismo y ese desenfado adolescente que todavía no ha abandonado a muchos. ¿Qué me hizo despertar de mi sueño dogmático? Conocer a la Revolución desde la contrarrevolución. Y toda revolución tiene la contrarrevolución que le corresponde: la cubana, original y ecuménica, radical y noble no podía, no puede tener en contra sino una contrarrevolución sin imaginación ni raíz ni nobleza.] Una revolución victoriosa. ["No entramos en razón" cuando tratamos de desentrañar las realidades históricas con las pinzas estériles, en su doble acepción de improductividad y limpieza, de lo burgués. "¡Qué démodé!" dirán los (post)modernos doctores de la lengua y la literatura y la política y la estafa intelectual, "¡Mira que hablar de burguesía a estas alturas!" Ya no hay burgueses, ni siquiera el Estado es burgués, hasta ese bazar de lo intrascendente nos han quitado. Las corporaciones "anónimas" son el nuevo estado, el nuevo ente, supraburgués, que hace que vivamos todos —incluso los que nunca fueron lo que dicen que no fueron, sino otra cosa más allá de lo razonablemente comprensible, los que se arrellenan en butacas de falso cuero y dictan cátedra, y se publican, y se tiran piropos estereotipados, con un humor que hiede, y comparten con un descaro "democrático" sus privacidades, ahora que se rasgan sus pobres vestiduras morales con esa triste producción alemana, "La vida de los otros", ahora que ellos se exhiben, de buena gana y peor gusto— en el capitalismo con todas sus asperezas y contradicciones, entumecidos hasta los tuétanos de tanto "gato por liebre", mientras ellos viven por encima de esas "pequeñeces" diarias de la falta de servicios básicos de educación y salud, de alimento y techo seguro, agua corriente y servicios albañales, trabajo digno y decentemente remunerado, ellos viven más allá de todo eso, incluso de las matemáticas: sus bienes y fortunas son incalculables, los números que se escuchan son infinitos, escapan a las cuentas del hombre común, billones, trillones... Mientras que en “la fracasada” Cuba, en “la finca de los Castro”, en “la cárcel más grande”, en medio de escaseces y privaciones materiales, insatisfacciones propias de lo humano, erradas decisiones políticas y administrativas, la población, en general, vive con despreocupación por lo esencial y desespero por lo accidental, lo superfluo, lo secundario —lo que todos queremos y adquirimos y usamos, y lo cual es legítimo, que no sólo de pan vivimos, pero de pan también y primero—, aunque no nos dimos cuenta hasta que fue muy tarde, como tampoco se dan cuenta ahora, ojalá que no sea muy tarde.] Una revolución victoriosa. ["Deja que vayas a Cuba y veas cómo vive el pueblo". Si este (falso por inexacto) axioma fuera cierto, entonces ¿qué veré cuando visite Honduras, Haití o la República Centroafricana? (¿Conseguiré a alguien que me acompañe a visitar esos países u otros similares?) ¿O qué vería cuando viera ciertos barrios del Bronx o de Oakland, o los suburbios de inmigrantes de las grandes capitales de Europa Occidental o los pequeños pueblos del interior de la República Checa? ¿Puedo usar la misma vara para medir la eficacia y pertinencia del sistema?] Una revolución victoriosa. [Cincuenta y nueve años en la historia no son como un ayer que pasó. Los niños de ayer somos los adultos de hoy, casi a las puertas de la vejez, es comprensible la falta de entusiasmo y vigor. Muchos de aquellos a quienes alguna vez, en ocasión de rendir homenaje a Ernesto Guevara tras su caída, Fidel exhortó a que fueran como el Che, modelo de hombre que no pertenecía a ese tiempo sino a los tiempos futuros, son hoy no solo todo lo opuesto de lo que fue (y a lo que quiso, él también, ser el Che, hombre de su tiempo empeñado en convertirse, adelantándolo, en hombre de tiempos futuros), sino además jurados enemigos de ese "asesino en serie" que fue, paradójicamente, asesinado (sin el lujo, siquiera, de un juicio sumario). Y así a los hombres de las futuras generaciones —que son ya los que están y se cuentan como cubanos— les interesan los clubes de fútbol de Barcelona o de Madrid no solo ya más que la revolución, sino que los propios equipos de béisbol de Industriales o Santiago de Cuba. Pareciera que con la llegada de las futuras generaciones se apagara el cirio de la Revolución que tanto ardió y abrasó, que la utopía ha cedido irremediablemente a la fuerza de lo inercial humano, que la "normalidad" ha llegado, para quedarse, en la cotidianidad y el escenario. Uno de los más fieles de nosotros me decía anoche nueve de marzo que ese momento en que Fidel expresó su deseo de que los combatientes revolucionarios, los militantes, los niños, las futuras generaciones, fueran como el Che es el momento más crístico de la Revolución, y lleva razón en ello, sin forzar analogías, y lo es no porque se pueda establecer un paralelo fácil entre el revolucionario que ofrece su vida por la liberación de los pueblos y el mesías que ofrece la suya por la salvación de la humanidad, es el momento más crístico precisamente porque realizar a Cristo en la historia, imitar en la historia al Cristo histórico, consumar lo más puro y más genuino no se realiza en la historia, entendida esta como lo sucesivo, sino que se inscribe en lo histórico como aspiración a un absoluto de justicia que es, en definitiva, el Reino de Dios, ese que anuncia constantemente Jesús y para lo cual vino. Por eso ese el momento más crístico, porque apunta a tiempos futuros, y el futuro dejará de ser tiempo por venir cuando la justicia y la paz se besen.] Una revolución victoriosa.

[1] Esto se lo escuché decir a Manuel Moreno Fraginals en la Casa Sacerdotal “Félix Varela”, en 25 y Paseo, La Habana, ante un grupo de católicos y exiliados cubanos.

Kafka, Diarios (1920)

Del cuaderno en que Franz Kafka registraba sus impresiones diarias, los apuntes tomados en 1920 que lograron sobrevivir a la voluntad de d...