Litúrgicas (12)
Mañana
estaré muerto. Pero hace un siglo que pienso en este momento. Desde hace
noventa años me vengo diciendo: Guitton, tienes que saber con certeza antes de
morir lo que hay después de la muerte. Así que he buscado la verdad sobre esta
pregunta. La he buscado durante toda mi vida. Jean Guitton, Mi
testamento filosófico.
Una de las cosas que más han preocupado
a la humanidad, a través de las edades, es el problema de la inmortalidad, de
lo que sucede después de que se muere, del sentido que tiene esta vida si se agota en la existencia
biológica y si la idea de la trascendencia es pura especulación compensatoria,
consoladora. Las religiones han sido, históricamente, las proveedoras de
respuestas y consuelos a esas y otras desdichas,
como la enfermedad, que limitan la vida humana, y para ello usan ritos y
oraciones y artefactos y vestimentas, herramientas de eso que denominamos la liturgia. Todas las liturgias tienen
intención y sentido trascendentes, incluso aquellas liturgias mínimas, esos gestos, palabras, actos que repetimos con
familiar frecuencia. Las liturgias religiosas están destinadas a provocar y convocar, tanto en quien ejecuta la ceremonia como en quien
participa de ella, pensamientos y sentimientos que transforman la cotidianidad
chata en alegoría de lo otro; pienso
en los paisajes naturales que me ha sido dado contemplar, en atardeceres y
amaneceres, días de lluvia y soleados, mínimos otoños y largos veranos; pienso
en el pasado como el lugar del
futuro.
Estos dos últimos domingos del mes de noviembre, la Iglesia propone que
se medite sobre la vida eterna. Lo que es eterno no tiene comienzo ni fin, de
manera que ya estamos en la eternidad y la muerte no debería ser sino entrada en la presencia. Pero, humano, demasiado humano, uno piensa en las formas de la vida eterna y pienso
que si ya vivimos en ella, algunas de las
formas de esta vida pueden repetirse en la otra. Así, espero caminar por las mismas calles que caminé, sin
restricciones, sin miedos, solo y acompañado (uno de los misterios del reino de la presencia es que estás con
todos a la vez que estás solo), en silencio, que no es ausencia ni vacío, sino plenitud
melódica de (en) todos los sonidos; espero ver los rostros y los cuerpos que vi
y amé con distintos amores, disfrutar de un sabor que son todos los sabores en
un jugo transparente, sentarme a la sombra de todos los árboles, descender
todos los valles y escalar todas las montañas. Pienso en la soledad acompañada
que es la vida que sigue a esta y me pregunto si veré no sólo a los que conocí
y amé (puede que aquellos a quienes no amé estén del otro lado de la otra vida,
pero eso es asunto del dueño de la mies),
sino a los otros que leí, a aquellos cuya música escuché, a los que estuvieron
en la historia grande y en la pequeña, a aquellos cuyos nombres ahora omito por
pudor. Esa otra vida es la gracia de
Dios y nuestra des-gracia será
sobrepasada por ese amor, y nuestra vida
será lavada, y quedará inmaculada.
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