Leyendo a Roberto Bolaño, de nuevo. Sí, después
de varios años sin leerlo. Así porque sí vuelvo a leerlo, sin razón ni motivo
aparente. Después de haberlo leído hace quizás, unos cinco o seis, quizás siete
años atrás, en que me embolañizé,
porque empecé a leer todo lo Bolaño posible, y busqué en las bibliotecas y en
las librerías, de resultas que tenga ahora una petit Bolaño’s bibliotheque; y en la red también busqué a Bolaño
que para entonces ya estaba muerto (su hígado ya no pudo más con la mierda, o
materia fecal diría él que veces se ponía muy modosito, sobre todo al final de
su pasaje por este mundo). Bueno, pues, de vuelta a Bolaño, casi sin querer. Ya
había abandonado su lectura, quizás por un hartazgo de bolañerías y un buen día,
hace poco, bien temprano en la mañana me pongo a buscar en la red cualquier
cosa sobre literatura –estaba aburrido- y encuentro un documental sobre él y
decido verlo; y después busqué los libros de él en mi estantería -mi petit Bolaño’s bibliotheque- de mi
primera época bolañística y me propuse terminar “Los detectives salvajes”. [Hasta
ese momento solo tenía leídas las primeras ciento treinta y siete páginas de Los detectives salvajes, las que
corresponden a Mexicanos perdidos en
México(1975) y las cincuenta y dos de Los
desiertos de Sonora (1976). Había comenzado a leer la segunda parte, Los detectives salvajes que tiene la
friolera de cuatrocientos trece páginas y sólo pude avanzar las primeras
sesenta y cuatro y ya no pude más, y eso que yo quiero a México [sobre todo a
una persona que ha vivido en México, a la que he querido y he deseado con una
intensidad de diez en la escala de
Richter, y yo la llamo mi novia mexicana
y le debo versos y sentencias y momentos] pero no pude más con las
mexicanerías, y con esos nombres entre vascos y náhuatl y paré en seco la
lectura, tanto que me ha costado casi cinco o seis, quizás siete años volver a
Roberto Bolaño. Pero ahora he vuelto a la obra de Roberto y sobre las imágenes
que han quedado de Roberto y sobre sus últimas entrevistas, porque hay muchas últimas entrevistas, muchos (y muchas)
periodistas se atribuyen La Última Entrevista como si fuera la Última Cena pero
esta vez con Roberto y en vez de eucaristía, Roberto instituyó la palabrería
como estado de gracia literario.
Ahora, de vuelta, a Roberto’s opus,
recuerdo a otra R literaria, a Reynaldo Arenas. A ellos los une la literatura y
los separa el sexo. [Bueno, se pudiera escribir lo contrario, los separa la
literatura y los une el sexo]. Los une la literatura desquiciada y abundante y
la poesía civil, declamatoria, obstinadamente prosaica y, sin embargo, de un lirismo
citadino e histórico que se oculta, travieso, en los desplantes. Los separa el
sexo que practican (dicen ellos) con impudicia y lujuria pero en sentidos
opuestos. Dicen que en 2666, novela
que está ya en camino de ser leída, el fárrago generoso de RB, hay pasajes
dedicados a RA. Ambos escritores murieron prematuramente y las obras de los dos
se encuentran en su desbordada imaginación, en el uso literario del lenguaje
cotidiano, en su vocación de aguafiestas permanentes…
Y, entonces, leyendo a Bolaño recuerdo a
Victoria y su corva espalda, y su corva nariz y su bigotito pequeñito que lucía
grande en su cara diminuta. A mí siempre me pareció que Victoria es como una reducción
física del físico de Gunter Grass. Se parecen mucho -no en su literatura sino en sus apariencias. Ahora que no tienen
cuerpos se parecen más. Almas gemelas. Lo que seremos todos un día. Qué cosa, ¿no?
Que yo sea el alma gemela de mi archienemigo, o del tipo que me archi cae mal…,
y después seamos eso, almas gemelas. ¡Qué bolerazo! Bueno, pues, leyendo a Roberto
recordé a Victoria en el patio de la casa de García Vega y en los salones de Olga
C., muy sencillo él, siempre con preferencia en los espacios menos concurridos,
menos iluminados, y esquivando a la gente y al alcohol con quien tuvo una relación
de amor-odio en la que el odio salió vencedor -se hizo abstemio. Bueno, recordé
a Victoria porque Victoria era un marginal y un trabajador incansable y también
murió de cáncer, no exactamente de cáncer sino a consecuencia del cáncer, se suicidó
porque tenía cáncer. Bolaño sí murió de cáncer, se aferró a la vida pero no
llegó a tiempo el trasplante y el cáncer se lo llevó. Claro, en la literatura
de Victoria hay menos vuelo, menos imaginación pero el mismo dolor, el mismo
desencanto, la misma mirada perruna.
A mi memoria votiva viene una mañana de
uno de los primeros meses del año 1997.
A la sazón trabajaba en el primer empleo digno desde que me afinqué aquí
–trabajaba en una biblioteca pública en la barriada de Shenandoah. Esa mañana
un habitué del lugar, que se empeñaba
en hablar todo el tiempo de literatura, trajo a un amigo suyo de nombre Eddy
Campa, así lo presentó, éste muy correcto, muy atildada su ropa vieja, con una
dignidad que solo concede la conciencia de una mortalidad inminente, inclinó
levemente la cabeza y me extendió su mano por encima del mostrador que nos
separaba, y comenzamos hablar. Me dijo que había escrito un libro de poesía que
se lo iban a publicar pero estaba manuscrito, y necesitaba pasarlo a máquina, me dijo, y sacar
varias fotocopias. Bueno, le dije,
entonces déjame el manuscrito. Miraba
con mucha seriedad y sin transmitir emociones. No, me dijo, eso sí que no
puedo hacerlo. Estaba renuente a dejar en manos desconocidas, por tiempo
indefinido, su obra manuscrita, dijo
con énfasis. Entonces sí que me la puso difícil para ayudarlo, y quería
ayudarlo. Mientras conversábamos sobre cómo hacer esas fotocopias y pasarlos, no en máquina, sino directo a la computador,
le dije, sin retenerlos por mucho tiempo,
me leyó algunos poemas. Le comenté que me recordaban a Edgar Lee Masters y su Spoon River Anthology, y este comentario
lo dispuso mejor hacia mí, y me dejó los manuscritos que no eran más que
papeles de propagandas, flyers, menús
de restaurantes baratos, en los que escribía por detrás, con un muy cuidada
caligrafía. Al otro día, le entregué unas cuantas fotocopias de su manuscrito.
No recuerdo haber pasado ni a máquina, ni computadora, los textos. Nos vimos
con frecuencia, siempre en la biblioteca. El libro fue editado y me trajo un
par de ejemplares. Me dijo que lo habían invitado a presentar su libro en la
Feria de la ciudad. Entonces, leí la entrevista. Una periodista, Jody Cantor, que
por aquellos tiempos estaba muy cercana de los temas culturales cubanos y
trabajaba para una publicación de la ciudad, “Miami New Times”, le hizo una
entrevista que leí con mucha alegría. Hubo un momento que el asombro le ganó a
la alegría. Campa le dijo a la periodista que “el capitalismo es el mejor sistema, porque es el más cercano a la
naturaleza humana. El resto es decepción”. Así le espetó Campa a Cantor
para el “Miami New Times”. Y yo, entonces, no lo entendí. No puede entender
como alguien que vivía al margen de la sociedad capitalista, despreciado por
ella, sacado de circulación, podía considerar el capitalismo como el mejor
sistema. ¿Cómo Campa pudo decirle eso a Cantor? Campa que acampaba al
descampado. Campa, el desesperado. Campa, el que medía todas las palabras.
Campa no se equivocó… Mi lectura torció la palabra de Campa… Lo único que Campa,
tan comedido, no enjuició la naturaleza
humana. No dijo: el capitalismo es el
mejor sistema, porque es el más cercano a [lo peor de] la naturaleza humana. ¿Y qué tiene que ver Campa con Bolaño? ¿La
condición de poète maudit?
Aquí, recuerdo a Bolaño escribiendo un
cuento que quiso escribir sobre V. S. Naipul en Buenos Aires inspirado en las
crónicas que éste escribió sobre Argentina. ¿No sé por qué, si estoy conectando
a Bolaño con escritores marginales cubanos, salta ahora este tema de las
crónicas de V. S. Naipul en Argentina? No sé por qué pero existen un par de
cosas en común entre las cónicas argentinas de Naipul, y los escritores
marginales en cuanto son cubanos: el Caribe y la sodomía. Sí, porque escribe
Bolaños que sin que el lector… esté avisado empieza a hablar de sodomía. La sodomía
como una costumbre argentina, eso escribe Bolaño de la crónica de Naipaul
sobre Argentina publicada, anota Bolaño en 1983 por Seix-Barral. Eso es, lo que
une a Naipaul y los escritores marginales cubanos es el Caribe y la sodomía. V.S.
Naipul, natural de la isla caribeña de Trinidad, antigua posesión inglesa, y la
sodomía que es una práctica extendida en la isla de Cuba y no solo entre la
comunidad homosexual –la práctica de la sodomía está muy extendida entre los
heterosexuales y por las misma razones que Bolaño aduce para explicar ese
fenómeno en la sexualidad argentina, porque el
que no le ha dado por el culo a su amante o a su esposa, en realidad no la ha
poseído…. La sodomía provoca mucha repulsión en Naipaul, cosa -esa
repugnancia- que me sorprende considerando Naipaul’s
cultural context and background, a saber, segunda generación de indios en
una isla caribeña –el sueño de Colón realizado… Una isla caribeña de cocoteros
y platanales y largas y húmedas noches de estío en las que el mucho calor
invita a la desnudez y la rima europea se acopla a los ritmos africanos, sazonado
este ajiaco con especies de la India. Bueno, pues, dice, o mejor, escribe
Bolaño que Naipaul estaba escandalizado con el descaro con que los argentinos
se referían a la sodomía; a lo mejor a Naipaul sólo le repugnó la indiscreción
gaucha sobre el tema. Naipaul es el escritor en las antípodas de Bolaño. Ambos
son prolijos, Bolaño lo hubiera sido más si más larga vida hubiera tenido, pero
la escritura de Naipaul está a veinte mil leguas de la de Bolaño –una escritura
cuidada (Naipaul) versus una literatura desaliñada… En Bolaños la realidad
entra por el lenguaje, mientras que en Naipaul entra por la estructura de la
narrativa. Bolaño se puede encontrar con Naipaul pero no a la inversa. Al
menos, eso parece...
¿Y todo esto sólo porque comencé a leer a
Bolaño de nuevo, después de unos años de dejarlo ahí y pasarle por al lado
a los libros sin apenas mirarlos?
Me encanta tu descarga. Si tuviera una editorial te publicaba. But for now just looking forward to your next post.
ResponderBorrar