Estos días se prestan para rememorar
personas, sitios, eventos, incluso algunos escritos que fueron olvidados al
minuto de ser escritos. Encontré este párrafo en un folder dentro de un flash
drive que apenas uso hace años. No tiene, en efecto, mayor valor que el que
puede otorgar leerlo en un día claro y frío, una mañana de diciembre de
cualquier año. Tiene el valor de la persistencia de algunas privadas certezas…
Ahora que acaban las festividades de navidad y fin de año es propicio
pensar en lo pasado y suponer el porvenir. Entre otras cosas pienso en mis
amigos -en los que nunca he vuelto a ver o he visto muy poco y la amistad se ha
diluido, borrado, y queda, junto al sentimiento de pérdida, la memoria pálida
pero afectuosa que libera al pasado de imperfecciones y manchas; pienso en los
amigos adquiridos en las últimas lides y el pasado que estamos construyendo
ahora a base de complicidades; pienso en los amigos que ya no son porque nos
separó lo que debía unirnos, el afecto, o el efecto de los afectos; pienso en
los amigos a quienes nunca he visto, con quienes nunca he conversado, amigos
que han devenido tales a través de la lectura, amigos escritores, pintores,
santos, pecadores, personajes de los libros o los lienzos, pensadores,
políticos, músicos, poetas, víctimas de sí mismos o de las circunstancias. Hay
otras amistades que son como "daños colaterales", amistades que nacen
fundamentalmente de la rutina diaria y esas son las que con más asiduidad
tratamos, con las que nacen unos tenues pero efectivísimos lazos de
convivencia. De estos últimos, de su azaroso
presente (¿qué presente no es azaroso?), he aprendido muchas cosas, cotidianas unas,
trascendentales otras.
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