Me he encontrado un libro que, como un mazazo, me
despierta de este sueño en que hago apuntes de cosas que si alguna particularidad
tiene es la de ser perfectamente olvidables, prescindibles. Cuando se lee sobre
el sufrimiento que algunos seres humanos infligen a otros y de la entereza con
que los segundos resisten el dolor infligido y, sobre todo, cuando se lee el
recuento de esos hechos, años después, sin sombra de rencor, sólo por
testimoniar la vida en nombre de los muertos, entonces se recibe ese mazazo y se
reevalúa la perspectiva con que se miran, o analizan, eventos y personas. Cosas
así derriban esta ñoñería de "testimoniar" un presente tan ridículo y
banal. ¿Vale la pena escribir sobre "The 45th President"? ¿De veras?
Personaje singularmente patético, errático, resultado de lo que la sociedad
norteamericana ha devenido en su impugnación de la realidad. ¿O es que vale la
pena de tomar nota de lo que escribe "el escritor del patio"? Con ese
aire de perdonavidas y con esa autoimpuesta misión de salvaguarda de los
valores de la patria y del llamado exilio histórico. ¿Cómo estar en el mundo
sin ser del mundo? De cualquier manera, hay apuntes (confusiones) que
merecieron, que merecen, ser (d)escritos, testimoniados. Otros son pequeños
ajustes de cuentas con pequeños personajes que pueblan este tiempo y este lugar
que merece mejores historias
I
Poco antes de la
toma de posesión o día (aciago) inaugural de la nueva administración del canalla-sin-poesía, decidí llevar una
especie de "diario político", escrito en inglés, que no pretendía ser
"diario", sino más bien notas políticas ocasionales. Escribí unas diez
entradas desde finales de enero hasta finales de febrero y, de repente, el
documento word desapareció de mi
ordenador, como diría el siempre presente Jorge Valls. Nada de conspiracy theories, nada de eso...
Cosas de la era digital, díscola como niño. Y qué bien que hayan desaparecido esas
notas políticas —lo que ha dejado ver esta "administración" es,
literalmente, de película (una mala película con problemas de guión,
fotografía, diálogos, edición…). Quizás, más adelante, retome el primer impulso
y me dedique a reseñar los desmanes y desvaríos de este señor y su pandilla
II
Hace unos días,
escuchando la radio, supe del fallecimiento del dueño de un popular
establecimiento de la calle Ocho, "Los Pinareños". Ningún vínculo
especial me unía al finado, salvo haber sido su cliente por varios años
—algunos domingos me asomaba por allá para comprar tamales y aguacates. Por
conversaciones que escuché allí, supe que había participado en varios teams de infiltraciones en la década de
los sesenta por la zona de Pinar del Río y, una vez, vi a Roberto Martín Pérez,
con guardaespaldas, de visita en el lugar. Era un anticastrista vertical.
Nuestras conversaciones nunca se extendieron más allá de los saludos de rigor y
la transacción mercantil, siempre con cortesía y buenas maneras. Él no sabía
quién era yo, ni cómo yo pensaba; yo sabía de él, de carambola. Siempre me
pareció un hombre bueno a quien las cosas no le habían salido bien. Murió de un
infarto jugando dominó en la calle Ocho, en el parque que llaman así, del
dominó. El establecimiento, una bodega que recuerda aquellas de la época
republicana, parece que lo contiene a él —su esposa, una señora entrada en
años, vaga por el lugar y suspira cada vez que ve a alguien, como si necesitara
que él estuviera allí, atendiendo al respetable, mientras ella se ocupa de
mantener el orden y la limpieza
III
Comiendo en
"El Nuevo Siglo" —establecimiento mitad mercado, mitad cafetería, en
el que sirven una excelente comida criolla—, y redactando parte de estas notas,
tengo de vecino de mesa a Ramoncito, del
Movimiento Democracia, pontificando cual patriarca sin patrimonio, pero lo que
me resulta más jodido es que todas las huelgas de hambre las hace frente a este
lugar... No hay seriedad y de ahí la falta de credibilidad de estos
"líderes"
IV
Andrés Reynaldo
perdió su musa. Creo yo, es una superstición
mía, que su musa era Fidel, porque después de la partida de este último, sus escritos
periodísticos carecen de esa gracia e inteligencia que antes los hacían tan
potables; ahora parecen chatos, apartados de la realidad, metidos en una
retórica ideológica barata, y su prosa se ha ido descomponiendo hasta no ser
más que bagazo de caña, miel no de purga sino de expiación… Del que expía la culpa de haber apostado a un
futuro, que ya entonces, en el momento de la apuesta, era pasado… Vacío del que
se sale de lo histórico concreto (y a menudo intrincado, peliagudo) en nombre
de abstracciones disfrazadas de universales (democracia, libertad, derechos
humanos… muy bien, ¿no?, incluso necesario, pero ¿de quién? ¿Para qué? ¿En qué
circunstancias? ¿Bajo qué condiciones?), y luego se queda vagando en esa suerte
de limbo entre todos los tiempos, en ningún lugar… Como alguna vez Fidel dijo
de Gorbachov, que él (Fidel, por supuesto, y en eso Fidel—Hatuey de nuestros
días— y sus enemigos siempre estuvieron de acuerdo—a fin de cuenta sus enemigos
eran y siguen siendo españoles todos,
literal o figuradamente, si no que se lea El
País, el más despreciable de los periódicos respetables del mundo, por lo
menos en lo que toca a Cuba— ) iría al infierno pero que Gorbachov flotaría
para siempre en una suerte de limbo…
V
El penúltimo fin
de semana de este marzo viajamos a la zona de los parques temáticos en el centro
de la Florida para una eventual excursión a uno de ellos. No se pudo concretar
dicha excursión y nos dedicamos a recorrer el lugar, en el que hemos estado en
varias (diría que suficientes) ocasiones. Otras veces, en otras entradas de
este blog, he escrito sobre mi experiencia en esos lugares. Contrariamente a lo
que podría esperarse, ha sido una experiencia des-ilusionante atravesar este concentrado (¿combinado?) de irrealidad
aderezado con mal gusto, una "región artificial... faraónica y futurista",
tal cual la describe el finado Eco. Nada a escala (mínimamente) humana: el
futurismo es puramente material y tecnológico, suspendido entre lo abisal y lo
grotesco, donde toda manifestación de humanidad es perpetuada en una sonrisa
que se congela y transforma en mueca, y una mano, siempre derecha, que empina
hacia arriba el dedo pulgar, mientras que el meñique y anular se flexionan
hacia dentro, y el índice y el cordial hacen de cañón de una pistola imaginaria
que asesina, de un mismo disparo, la realidad y los (legítimos) sueños
VI
El circo, perdón
quise escribir, ciclo, que nunca termina:
·
Major
League Baseball (MLB): la temporada se extiende entre abril y octubre
·
National
Football League (NFL): la temporada se extiende entre septiembre y enero
·
National
Basketball Association (NBA): la temporada se extiende entre octubre y abril/mayo
·
National
Hockey League (NHL): la temporada se extiende entre octubre y abril/mayo
·
National
Association for Stock Car Auto Racing (NASCAR): la temporada se extiende entre
febrero y octubre/noviembre
El deporte ha
pasado de ser una exhibición de talentos y destrezas naturales, y una fuente
sana de entretenimiento, a una pasión descontrolada de parte del público
(agentes pasivos) y a un negocio multimillonario en el que participan los
deportistas, los dueños y ejecutivos de las franquicias y los canales de
televisión (agentes activos). Estos "agentes activos" engordan sus
cuentas bancarias y establecen patrones sociales de conducta inimitables por la
mayoría de la población, creando ansiedad y desasosiego. No hay una relación
lógica entre lo que se ofrece y lo que se devenga, hay un desfasaje tremendo
entre el "producto" y los receptores del mismo —de ahí la enajenación
de gran parte de la población norteamericana. Los grandes consumidores de
deportes son los hombres entre 35 y 54 años de edad, dejando a la sociedad (cuasi)
privada de un sector importante, y tradicionalmente decisivo, en lo referente a
la atención y el cuidado de los asuntos fundamentales que afectan la vida de
todos. Así, de espaldas a la realidad, y de frente al televisor, se hace más
fácil el control social. La indiferencia es a la política lo que la falta de
controles fiscales a la gestión de la administración pública
VII
Los cubanos que
han hecho de la retórica anticastrista su modo de vida están cada vez más
perdidos: Fidel se retiró, luego, diez años después, falleció, Raúl se retira
el año próximo, y no han aparecido las revueltas, el descontento generalizado
que hagan colapsar el sistema de gobierno o la sociedad, los opositores sigue
sin conseguir un mínimo de credibilidad política que los convierta en serios
contendientes al poder... Nada, que la suma de todas sus invenciones y vanas
esperanzas se ha esfumado, se ha disipado, en el aire del tiempo histórico
VIII
Camino por las
calles y parques de Miami y observo. La mayoría de los cubanos que formaron una
vez un exilio militante y obsesionado con derrotar el proceso revolucionario de
Cuba están o muy viejos o han muerto. Los que sobreviven están varados en un
páramo que ya no se conecta con la realidad que los circunda y se sienten solos
y abandonados. No deja de ser doloroso pensar en tantos que han padecido los
rigores de los avatares de la historia, sobre todo cuando esa historia está
atravesada por cambios profundos en la estructura social, económica y política
de un país —estén en cualquier lado del conflicto. Pensar en todos, padecer con todos, es un
ritual para no dejar que el alma se pierda entre los disparates de la historia
IX
Sobre la
intrascendencia —leyendo a George Steiner. Aparecen de vez en cuando sincronías
y paralelismos entre el obrar de uno y el obrar de otros. Ciertas lecturas nos
recuerdan a nosotros mismos o a algunos de nuestros pensamientos —eso sucede
con alguna frecuencia. A veces esas simetrías provienen de la obra de personas
a los que apenas somos dignos de atarle
la correa de la sandalia, pero ya sabemos que la humildad no es la mirada
baja y el gesto corvo, sino la verdad. La verdad sea dicha. A propósito de Karl
Kraus, Steiner escribe que mucho de los escritos del primero "arrancan de
algún artículo, con frecuencia trivial, en la prensa diaria, de alguna efímera
reseña literaria, de una nota publicitaria o un anuncio [...] ¿Quién recuerda
hoy —y mucho menos lee— a los periodistas, a los críticos teatrales, a los
publicistas o a los pedantes de café que Kraus seleccionó para su implacable
censura?" La intranscendencia anida en todos esos implacablemente públicos
personajes que se pavonean o usan el misterio como escenario, que publican como
consagrados, que se entretienen en diatribas sin sentido ni propósito, que
posan de intelectuales, oportunistas de toda laya, poetas de versos tan libres
que dejan de serlo. La intrascendencia que nos es común a todos pero que a
algunos alcanza con deliberada saña. Se trata de trabajar con honradez y
consistencia, lo más apegados a la verdad que se pueda, de lo demás que se
ocupen el azar, el destino o la providencia
Sobre el odio
—leyendo a George Steiner. El odio tiene poco aliento, escribe Steiner —sirve,
si acaso, para carreras de cortas distancias, es decir, para obras de escasas
páginas. El odio que se destila contra otros o contra lo otro, muy poco, si
algún, aliento... El odio contra uno mismo, en tanto uno conoce sus propias
miserias y quiere dar cuenta de ellas, quizás pueda dar lugar a unas cuantas
páginas más. Pero ese odio a sí mismo puede también convertirse en
auto-compasión, auto-conmiseración, característica por la que, de tan detestable,
es mejor ni pasearse. Entonces, escribe Steiner, el uso del odio prolongado —esto a propósito
de la literatura de (mi bienamado) Bernhard, aunque este no haya querido ser bienamado, ni por mí, ni por nadie—
convierte la prosa en una sierra que "zumba y chirría sin cesar", y
hay algo cierto en eso, pero ¿qué puede hacer uno frente a las tantas austrias que pululan a nuestro derredor?
Esas austrias son esos que tan
repentina como sorpresivamente se han convertido a los “valores democráticos”, tal cual describe
Steiner a los contemporáneos de Bernhard que de católicos fervorosos pasaron a
ser de la noche (del doce marzo de 1938) a la mañana (del trece del mismo año),
nazis rabiosos y que, después de la derrota del nazismo, fueron tan demócratas
como católicos y nazis habían sido. ¿Qué puede frente a eso sino el odio? Mas,
es verdad, no hay aliento en el odio. Es mejor dejarlo a un lado, dejar que se
enfríe y se convierta, no en luz, nunca, sino en iluminación artificial que
permita poner al descubierto la desnudez moral de esas austrias, geishas
inconsolables (e incontinentes) ante sus propios desatinos
X
El libro del mazazo, "Memorias del calabozo".
Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, junto a otros siete
militantes tupamaros, fueron durante trece años "rehenes" de la
dictadura militar uruguaya de los setenta y primeros ochenta del pasado siglo.
Nueve "rehenes" sometidos a un régimen simplemente inimaginable:
asilamiento absoluto, sin resquicios, hambre, sed, torturas físicas y
sicológicas, pequeños e irregulares intervalos de "felicidad
controlada" como las visitas familiares o alguna comida. Eso es,
inimaginable. ¿Cómo pudieron sobrevivir? ¿Qué fuerzas los alimentaron y los
alejaron de la locura? Las comparaciones en estos asuntos tan delicados e
íntimamente humanos no solo son odiosas, como reza el dicho, sino
irrespetuosas. Estos guerrilleros urbanos, marxistas, perdieron la guerra.
Salieron de la prisión. Se quedaron en el Uruguay. No siguieron conspirando
para subvertir el sistema. La revolución quedó pospuesta. Desde dentro del
sistema que tanto combatieron, participando en ese sistema en el que no creen,
han tratado de modificarlo, de preparar las condiciones para el cambio social
hacia el socialismo, destino inevitable… O, mejor, uno de los dos únicos destinos
posibles. El otro, ustedes —los vencedores
más infelices que haya tenido la historia— también lo saben, es esa
bancarrota de lo humano hacia la que ya hace rato que marchamos, entre el miedo
y el engaño (el auto-engaño) y de la que, en algún momento menos distante del
que imaginamos, no se podrá regresar
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