miércoles, 27 de julio de 2016

Y si después de tanta historia

Tomado de: Diario de a bordo, el blog de Patrias

Es justo y necesario comentar, aquí, en Diario de a bordo, el blog de Patrias, que no todo está perdido, que hace ya bastante tiempo, en los primeros años de los noventa del pasado siglo, vio la luz en Cuba la primera edición del diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, a cargo del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, y que le han seguido sucesivas ediciones hasta esta de 1998, que se dice corregida y aumentada, y que Patrias considera importante y pertinente publicar ahora en sus páginas, en la sección Presencias, donde se publicó ese otro texto fundacional de la lengua y de la patria que es el diario de campaña de José Martí.

Es menester apuntar que Patrias se propone reivindicar los diarios, una entrada por día, en la fecha correspondiente, de aquellos que unieron su vida al destino de una idea, una causa, o una entidad, en este caso la patria. Una entrada por día, como para reproducir el tempo en que se escribieron esos diarios, porque Patrias es sitio no solo de compromiso político con una idea de la Patria como realidad natural y legado material, histórico, intelectual, ético y estético, sino también de voluntad de recoger e impulsar, renovándolo, ese legado. En las condiciones actuales, la mera preservación de la memoria de ese legado, su mera supervivencia, en lo material, pero sobre todo en su capacidad de resonancia en lo contemporáneo, es ya un esfuerzo de renovación espiritual.

El gesto de publicar en Patrias el llamado diario perdido de Céspedes emana de ese compromiso y se inscribe en esa voluntad. Desde de la infancia, los cubanos aprendemos que Carlos Manuel de Céspedes y Quesada es el Padre de la Patria. Sin embargo, poco o apenas nada sabemos del padre, salvo que comenzó la revolución de independencia en su ingenio de La Demajagua, gesto que conocemos como el Grito de La Demajagua, y que les dio la libertad a sus esclavos, y, quizás, lo asociamos con la quema de Bayamo y con el himno nacional, junto a Perucho Figueredo. De ahí que la reproducción digital, por vez primera, de las páginas del diario perdido del padre nos parezca de una valía y significación especiales, en estos tiempos de amancebamiento intelectual y económico de parte de tantos con los vecinos del norte, en cuyas tierras y con los recursos tecnológicos de aquí, este diario sale a la luz imprecisa pero larga de la llamada Red.

Dicen que Cuba es una invención. La inventaron Colón y Velázquez, Morell de Santa Cruz y el obispo Espada, Agustín Caballero y Varela, Mendive y de la Luz, Céspedes y Martí, Mella y Villena, Lezama y Piñera… ¡qué buena invención! Y por esa invención han ofrendado sus vidas, en un campo o en otro, equivocados o no, muchas cubanas y cubanos. Entonces desde las cátedras o las azoteas, vienen y nos sueltan eso de que Cuba es una invención, y una invención, además de fracasada, peligrosa, porque es una de ínfulas teleológicas, como para desmovilizarnos política e intelectualmente, moral y, tarde o temprano, hasta culturalmente, y uno los lee o los escucha y cree leer o escuchar a alguien que está cavando su propia fosa. Pero la academia y las agencias les permiten esa perogrullada disfrazada de discurso académico o político, porque en la imaginación popular una invención es algo imaginario, irreal, y el gran aliado de la academia y de las agencias en su nada encubierta lucha por descolocar y hacer fracasar todo proyecto emancipador es la imaginación popular, “conquistar” la imaginación popular es abrir(se) mercado para sus golosinas y sus valores. Porque, ¿qué no es una invención? Estados Unidos es una invención: de las trece colonias a los cincuenta estados es un invento de los founding fathers que, a su vez, echaron mano de otros inventos franceses e ingleses, que los franceses llevaron de la mano del terror y de la guillotina a la historia… Entonces Francia es un invento de Voltaire, Montesquieu, Rousseau y Víctor Hugo, digamos. ¿Y quién inventó el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte? Sus inventores serían Chaucer, Malory, Milton, Shakespeare (quien, dice Harold Bloom, inventó lo humano, y nadie ni en las academias ni en las azoteas se pone bravo o discursivo, o discursivamente bravo) y Johnson. Y a Alemania, ¿quién la inventó? ¿Goethe o Bismark? ¿O ese otro gran demiurgo, Heidegger? O quizás fue Adorno, quien en el amanecer del veintisiete de noviembre de mil novecientos sesenta y siete anotó: Woke up with a proverb that seemed very profound at the time: ‘Only when the dogs are fierce will the inhabitants be loyal.’ ¿Será la India una invención de Tagore y de Ghandi? ¿Y quién invento Japón, Basho o Kurosawa? Y, así, ad infinitum. Entonces, estos intelectuales postmodernos predican lo de la invención de Cuba como un desmovilizante para desmontar el proyecto de emancipación cubano, y las academias les ofrecen becas y cátedras, y las agencias, foro. Y una y otras les hacen eco, como si ya estos cipayos fuesen mayoría, o voz de la mayoría, “gobierno espiritual” esperando, en su cabeza de playa, que lo corone el pasado vestido de promesa.

Vengo del mundo de la creencia —creo en la invención de Jesús, de sus dichos y sus hechos. Si renunciara a esa invención, (más) vana (aun) sería mi vida. Para otros es la poesía, el arte, un oficio, valores… ¿Cómo podríamos vivir sin la invención, sin inventarnos a nosotros mismos? [Los cubanos se pasan la vida inventando, eso dicen para, con razón o sin ella, o con algo de razón, describir las dificultades cotidianas de los cubanos]

Este es uno de los pecados originales[1] de la institucionalidad del proyecto de emancipación cubano, dicho en simple y llano español, de las autoridades políticas y civiles cubanas, la estrangulación constitucional y práctica de cualquier formulación trascendental, el culto del materialismo más vulgar y ordinario… ¿Cómo una revolución que nace y se nutre de Martí, Varela, Guiteras, Mella, Villena… pudo renunciar, en el día a día, a la dimensión trascendental del ser humano? Fueron prácticas políticas concretas, sancionadas por el uso y el consentimiento de que todo lo que no fuera reductoramente materialista era contrarrevolucionario. La constitución cubana reformada en 1992 desterró el sinsentido de “estado confesionalmente ateo”, quizás una concesión de la dirigencia revolucionaria cubana a los del Partido Socialista Popular que le brindaron a la joven e inexperta revolución de 1959 la estructura de un partido y la experiencia política de cuadros a los también jóvenes e inexpertos revolucionarios de ese momento. Cuando en 1901 algunos constituyentes cubanos quisieron borrar la palabra dios del preámbulo de la constitución que redactaban para la Cuba republicana que saldría de allí, Manuel Sanguily se preguntó, y preguntó a la asamblea, bueno ¿y si no invocamos a Dios, a quién invocamos? Dios, para los independentistas cubanos, para el mambisado, era representado por la Iglesia y la Iglesia era parte del poder colonial, había que barrer todo lo que real o simbólicamente refiriera a la colonia. Pero Sanguily vio más lejos y pensó, y nos hace pensar, si legitimamos un estado de cosas que aliene la idea de lo trascendente, ¿adónde vamos? La desidia y la indolencia encuentran su caldo de cultivo más propicio en aquellos cuyo horizonte se reduce a la chata realidad y en los que su desdén por la invención no es otra cosa que la expresión por otras vías de la nostalgia de lo otro. Aquí no hay voluntad psicoanalítica alguna ni barata metáfora. Como Martí, aunque espantado de todome refugió en ti, que para el Maestro era su hijo, y para mí es la idea de patriassucesivas o no, y tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti. Esa otra invención, según estos redescubridores del vacío, de la nada, que es José Martí… Ellos mismos, los redescubridores, un invento de las agendas empeñadas en orfandar la diferencia.

Puedo leer con igual fervor una glosa de San Juan de la Cruz y un poema de César Vallejo. Ambos apuntan hacia allí, hacia la zarza ardiendo. Puedo leer con igual emoción esta glosa de San Juan,

El que de amor adolesce
de el divino ser tocado
tiene el gusto tan trocado
que a los gustos desfallece
como el que con calentura
fastidia el manjar que ve
y apetece un no sé qué
que se halla por ventura.


que estos versos de Vallejo

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!
Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!

Para eso Patrias publica el diario perdido del padre de la patria, para servir al amor (…) de (…) divino ser tocado y para evitar sucumbir no ya de eternidad [después de tanta historiasino de esas cosas sencillas, como estar / en la casa o ponerse a cavilar!


26 de julio de 2016

[1] Nunca debí escribir el adjetivo "original". Fui injusto. Una de las trampas de la adjetivazión es que nos delata. La revolución cubana nunca tuvo, originalmente, ningún componente ni ateo ni anti-religioso. Fueron las circunstancias y cierta interpretación sectaria del marxismo las que instituyeron esa equivocada práctica de exclusión que la contrarrevolución supo aprovechar para sumar otro agravio.

viernes, 1 de julio de 2016

La tierra del mambí: It is a legend, and yet a fact

Samuel Beckett (re)escribía pasajes enteros de la Biblia como ejercicio literario y, quizás, quién sabe, espiritual —recuerdo haber leído en su biografía, Damned to Fame, de James Knowlson

Durante el mes de mayo de este dos mil dieciséis, re-escribí entradas del diario de José Martí De Cabo Haitiano a Dos Ríos para Patrias. Actos y Letras. Escritura como lectura, sentía la escritura de Martí pude ver los lugares, las plantas, las comidas, los hombres y las mujeres, los juicios y los ajusticiamientos, los ríos, los campamentos abandonados, los bohíos, el cielo, las estrellas, y pude ver a Martí, sentado en la hamaca, escribiendo sus notas, aquella nota de mayo y trece, en la que apunta: “Aquí fue, cuando esto era monte, el campamento de Los Ríos, donde O'Kelly se dio primero con los insurrectos, antes de ir a Céspedes.” ¿O’Kelly? No recordaba este nombre de mis lecturas anteriores. Entonces me puse a buscar a O’Kelly, y allí estaba, como casi todo ahora, online, y su The Mambi-land, Adventures of a Herald Correspondent in Cuba publicado en Filadelfia en 1874. Martí lector y Martí líder político en José Martí, el dirigente que se educa que quiere saberlo todo acerca de la causa a la que le va a dedicar su vida, porque el ejercicio político no es una carrera, sino una misión
Buscas una copia, porque quieres leerla, quieres saber que pudo ver el gringo, que no era tal, sino irlandés, parece que curtido en estas gestiones de la guerra. Miembro de la Legión Extranjera, fue a México, y de allí salió como bala por tronera ante la posibilidad de seguir la suerte de Maximiliano; miembro, también, de la Cámara de los Comunes del parlamento británico… Un pedigrí no muy alentador, me dije. En Cuba estuvo como corresponsal del New York Herald y escribió un extenso reportaje que después fue el libro que arriba cito

Al fin la copia –en Amazon, para comprar, o en Google Books para descargar, o en Florida International University (FIU), en Miami, para consultar. Y me decido por consultar en la biblioteca del campus principal de la universidad floridana el libro original, guardado con el cuidado que se le otorga a un enfermo terminal o, al menos, muy delicado, en una sala especial. Hacia allí,  FIU, voy, hacia allí me encamino, y llego al edificio de la biblioteca y pregunto a la recepcionista y me señala los elevadores y me dice, muy coqueta, fourth floorSpecial Collection Room. Salgo del elevador y entro por puerta estrecha, como corresponde a todo lo especial, al special collection room y no veo a nadie. A los poco minutos, una voz amable, a mis espaldas, May I help you?, la formulita de la amabilidad americana que echo de menos cada vez que dejo territorio nacional. Indago, pido, le doy la ficha bibliográfica, asiente ella, se retira, entra en una sala rectangular de la que solo alcanzo a ver unos cuantos anaqueles y un papel marcado en rojo y pegado con scotch tape en la puerta de entrada, que te previene entrar, y piensas —cómo no pensar— en las puertas del infierno, en Dante, que te prometiste como lectura este verano para paliar este calor con el otro, al menos con el consuelo de las bellas letras… Espero, retraído, y viene ella, toda sonrisa, librito con tapa de pasta, rojo viejo, en las manos que después se van a maquillar, se van a poner makeup, tratando de disimular, de encubrir, las huellas del deterioro o de lo verdadero… Me siento y hojeo y tomo fotos de las páginas viejas, y leo

[Aquí sentado, ahora, en la sala de Special Collection en FIU, escucho una voz educada decirle a la de la voz amable  y dice que alguien de Cuba está de visita y que es un alto funcionario de la Biblioteca Nacional de allá y me doy cuenta de que trama una encerrona al Dr. Eduardo Torres-Cueva, el alto funcionario, parece que de visita en la ciudad… Quiere reunir a todos los bibliotecarios que atienden, así dijo la voz educada, libros, documentación, misceláneas, escritos sobre Cuba, para demostrarle a él, a Torres-Cueva, que lo que ellos ­ya sabemos quiénes son ellos no han sabido hacer en más cincuenta años, nosotros lo hemos hecho… Dice incluso que está encabronado, eso dice]

La lectura y la escritura de las páginas del último diario de José Martí me regalaron este momento —este de estar en la sala de la biblioteca de esta universidad floridana—, además de la lectura, sesgada, del librito de O’Kelly, durante varias mañanas, en este verano del dieciséis; y pude no menos que pensar, que no recordar, sino pensar, en otras dos bibliotecas y otras tantas mañanas de verano, montones de años atrás, cuando no se hablaba —o no se escuchaba— de cambios climáticos, calentamiento global, desastres ecológicos, economías emergentes y todos esos discursos irregulares que encubren la verdad que se mostraba, en toda su crudeza, en el conflicto abierto y frío, entre capitalismo y comunismo… que la asimetría no está solo en los conflictos bélicos, sino también en la beligerancia ideológica

Dos bibliotecas situadas en dos extremos: primer extremo demarcado por las once cuadras por las que se extiende la calle Reina y que comienzan en la calle Amistad, donde se levanta el Palacio de Aldama y terminan en la calzada de Padre Varela, más conocida por Belascoaín; segundo extremo, del ahora Instituto de Historia de Cuba, en la calle Amistad, a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús y San Ignacio de Loyola o Iglesia de Reina, como parroquianos y vecinos la conocen, casi esquina a Belascoaín. Una biblioteca a cada extremo de la geografía de esta calle de la ciudad, Reina, o Avenida Simón Bolívar, como nadie la llama. Una biblioteca a cada extremo ideológico del país de entonces, del que este de ahora, si no nos apresuramos, se nos transmuta en caricatura, como nos pasó con la República —después de la guerras de independencia tan dolorosas, tan costosas, tan patricias, la chatura, la vulgaridad, el mimetismo de cierto costado de la República, porque está la República de Eliseo Diego, y esa es otra cosa, y está la República de Orígenes, y la de Mella, y la de Guiteras y el ABC, y la de Mañach, y la de Fidelio, y la de las retretas dominicales, y la de la juventud del Centenario

Bueno, esas dos bibliotecas situadas entre dos extremos, son parte del patrimonio sentimental de mi pasado, en el que ahora pienso, no recuerdo, porque uno recuerda lo muerto y piensa lo vivo —recuerdo a mis amores y pienso en el amor, ethos y pathos. Pienso en las mañanas en la Biblioteca de Reina, la iglesia, y en las mañanas en la Biblioteca del Instituto de Historia Ahí, con todo el candor posible y la inocencia probable, fui feliz, en las salas de esas bibliotecas, porque, ahora caigo en la cuenta, eran cifras del destino que no fue

En la biblioteca de Reina, en un cuarto piso, con vista a los distintos niveles de techo de la propia edificación de la iglesia y otras vecinas, vastas azoteas, pequeños tejados, ventanales semiabiertos, una sala larga y estrecha con anaqueles pegados a las paredes y mesa rectangular al centro, máquinas de escribir (¡oh! tesoro de aquellos tiempos), lápices, bolígrafos, papeles, olores que iban de lo viejo a lo foráneo, todo tan distinto de allá afuera… Clasificar fue lo que me pidió el p. Felicísimo, por entonces a cargo del lugar, clasificar los libros y las revistas, escribir, a máquina, en unas pequeñas tarjetas las generales del libro o la revista, como en las bibliotecas normales, y después esas tarjetas se ponían en unas gavetas que parecían bóvedas diminutas, en la bibliotecas normales y en la de Reina, también. Mañanas enteras con la luz del verano semientrando por las semiabiertas ventanas de la biblioteca del cuarto piso. Autores, lugares, títulos, palabras…silencio… y yo, con los libros en la mesa leyendo escribiendo los títulos, los autores , los lugares de publicación y, a veces, animado por el p. Felicísimo, algo de lo que se podía leer en la contraportada como resumen del contenido del libro. ¡Cuánto pesaron esas mañanas en mis años de formación! (¿Cuándo comenzó la deformación?) Paseaba por Roma, Madrid y Barcelona, Tubinga, Viena y Berlín, Lovaina, París y Boloña, para mí , los grandes lugares del catolicismo europeo, imaginaba mil posibles historias, adoptaba tantos nombres que el mío propio me pareció improbable para el gran evento de la autoría… Mañanas en las que las turbulencias de la adolescencia, amainaban, y el deseo del conocimiento se fundamentaba

En la biblioteca del Instituto de Historia, un verano, un mes del verano de mil novecientos ochenta y cinco, el mes de producción que cada año debían servir los estudiantes universitarios con el doble propósito de ser útiles y entrenarse en campos afines a sus especialidades. El Instituto de Historia era una dependencia del Consejo de Estado. Al concluir mi primer año de estudios en la Facultad de Filosofía e Historia, me asignaron a trabajar allí para mi sorpresa y regocijo: un católico en una dependencia del gobierno, el enemigo adentro. [Vale aclarar que la administración de la Facultad no sabía lo de mi filiación religiosa, porque al momento de mi matrícula quise poner el parche antes de que saliera el roto y le dije al estudiante que procesaba mi solicitud de admisión, que resultó ser Iván de la Nuez, sobre mis creencias religiosas, a lo que él respondió, con una inusual como desacostumbrada tolerancia, que eso no era relevante, creo recordar que me dijo que él no me había preguntado, gesto por el cual siempre le estaré agradecido —cómo los gestos, las palabras, cambian el curso de los acontecimientos en una vida]. Bueno, allí estaba yo, al extremo de la calle Reina, al otro extremo ideológico de la biblioteca de Reina, entre legajos y documentos y libros, caminando por pasillos limpios, amplios, austeramente cuidados. Me asignaron recopilar toda la información aparecida en la prensa cubana de la época sobre el incendio del Reichstag en 1933. Algunas colecciones periódicas no estaban en el Instituto de Historia, sino en el Instituto de Literatura y Lingüística, en Carlos III. Por primera vez, sentí que tenía una vida normal, que el ojo chismoso, el dedo acusador, no estaban por allí, persiguiéndome, anunciando mi deserción de la utopía

Esas mañanas de verano en esas bibliotecas que guardaban más simetrías que oposiciones todavía guardan su callado entusiasmo en mi memoria; las horas de soledad tan acompañadas en esas bibliotecas todavía hoy me resguardan de lo excesivo, de la aglomeración. La geografía de esas mañanas me salvan, una geografía emocional acompañada de una coreografía en la que ejecuto la caminata de un punto a otro —de casa a Reina, de casa al Instituto de Historia, de casa al Instituto de Literatura, de casa a Reina al Instituto de Historia, de casa al Instituto de Historia al Instituto de Literatura, siempre de vuelta a casa


De la escritura de las páginas del diario de Martí, de la lectura de su entrada en mayo trece de mil ochocientos noventa y cinco, del nombre citado por Martí, O’Kelly, del libro de tapas rojas en la biblioteca de FIU estas mañanas del verano de dos mil dieciséis, al pensamiento de otras dos bibliotecas en otra geografía, parte de otra historia, otros veranos, otras mañanas de verano, al trazado espacial de una geografía emocional, todo como zurcido con los hilos de estambre cobrizo de la abuela, encorvada por el peso de sí misma, de su propia historia


Hoy todo parece como amontonado y la tarea es separar la paja de lo intrascendente del trigo que queda hasta tanto podamos pensar. Sentado, otra vez, en una biblioteca más humilde, mirando la geografía que no se ve

Kafka, Diarios (1920)

Del cuaderno en que Franz Kafka registraba sus impresiones diarias, los apuntes tomados en 1920 que lograron sobrevivir a la voluntad de d...