viernes, 30 de noviembre de 2012

Vuelo rasante

I


     Memoria esparcida en estampas, como comics conectados por el invisible hilo de la incertidumbre; lo que pasa es que a ratos se vuelve una sucesión involuntaria de imágenes que no se resuelven, que no atinan a quedarse quietas, a reposar. Enrique del Risco (Enrisco) vuelve sobre los recuerdos de sus últimos días habaneros y primeros madrileños hasta su llegada, diría que providencial (dado el trámite, claro está) a los Estados Unidos. Siempre he pensado que si los cubanos se deciden a escribir sus memorias estas deben ser como las tintas de Milián. Un ejemplo,

Así, como esa figura que no se define pero sabemos que está de pie, como difuminada, confundida con el background; líneas que se imponen y superponen deben ser las memorias escritas por cubanos. Los colores, si imprescindibles, deben quedar rezagados, detrás del horror de las líneas solas, colores mustios, ocres, patrios -la incertidumbre agotada en el dibujo que se desdibuja. Memorias como líneas, como la memoria, descolorida. Pero, se agradece el cuento: rompe el hielo. Que se cuente el cuento!

     Se sabe: no es virtud literaria cubana escribir memorias. However, ahí están las memorables narraciones de Cabrera Infante (“La Habana para un infante difunto” y “Cuerpos divinos” y Heberto Padilla (“La mala memoria)), y las de Reynaldo Arenas (“Antes que anochezca”) y Eliseo Alberto Diego (“Informe contra mí mismo”), y quizás otras por mi ignoradas o aún no publicadas como las de Juan (de Barcelona) Abreu, anunciadas hasta el delirio en sus Emanaciones; y los diarios de Lezama y de Martí, que cabalgan entre la reflexión intelectual y el apunte diario. Enrisco rompe el hielo que cuenta el cuento de cómo escapó de Cuba, el primero que escribe de la desintegración, de la implosión de la generación de los ochenta, aquélla que precedió con el signo de la decepción a la generación actual que no tiene, literariamente hablando, ni donde amarrar la chiva.



II

     Leí el libro de un tirón. Digo la verdad: en apenas ocho días, que para mí es oro olímpico, lector lento. La edición pudo haberse cuidado un poco más, hay erratas y fallas en el diseño pero eso no opaca la prosa que se mueve entre La Habana y Madrid, entre el enfado y el deslumbramiento, que no oculta el embullo por la nueva vida y cuenta la de los amigos o conocidos que van apareciendo o desapareciendo.

     Experiencia bastante común a los que emigramos por esos mismos años y teníamos expectativas similares, trasfondos parecidos. A lo largo de la lectura, me parecía como si hubiera sido el protagonista de la misma, solo que yo me hubiera ido a León. Enrisco no cuenta todo –no tiene que hacerlo; pero el lector de memorias es chismoso, siempre quiere saber más y el escritor de memorias debe buscar la ecuanimidad entre la narración de los hechos y la reflexión sobre esos hechos. Quizás Enrisco reescriba sus memorias madrileñas, aunque el propósito de éstas no haya sido más que pasar, como en un vuelo rasante, sobre esos años para fotografiarlos.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Sobre una lectura de Marx

El dilema de la muerte del individuo real concreto se ha manipulado para que ésta aparezca como estímulo a la no-acción social y a la deificación de la búsqueda del placer como bien último y definitivo. Así, ese individuo real concreto que el pensamiento posmoderno arropa y descaracteriza privándolo de su verdadera esencia, ser comunitario, ser con una decidida vocación social, entendiendo ésta como proyección de la individualidad hacia el colectivo buscando satisfacer las necesidades del otro, muere en cuanto individuo real y se transforma en cosa, se cosifica y pasa ser parte de la abultada oferta del mercado. En las condiciones actuales en que la realidad misma se ve superada por el efecto virtual de lo que Marx llamó industria, y el reclamo de los derechos inalienables del individuo se parapetan tras la defensa de “nuestro modo de vida” (entiéndase o léase, vida de confort y placer), el individuo adocenado, sin otras disidencias que aquellas que lo llevan a elegir una marca comercial sobre otra, es televisado (impuesto como patrón) como un individuo de perenne juventud y lozanía, felicísimo de no saber nada sino de dietas y píldoras, que va dejando una estela de descompromisos para subsumirse en su oscura y patológica mismidad. Ser aislado, desconectado, sin participación real en la vida social, destruido como sujeto, objetivado en producto intercambiable, objeto que cree haber superado “la dura victoria del género sobre la especie”, convertido en individuo no real ni concreto, imagen holográfica, sumatoria despersonalizada de la especie.

Kafka, Diarios (1920)

Del cuaderno en que Franz Kafka registraba sus impresiones diarias, los apuntes tomados en 1920 que lograron sobrevivir a la voluntad de d...