lunes, 10 de octubre de 2011

Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, lluvia y Habanastation


Muy temprano en la mañana de ayer domingo salí, sin mucho entusiasmo y casi sin objetivo, a la calle. Salí con el más chico de mis hijos, siete años. Llovía casi sin parar desde el sábado; manajé hacia el oeste por la calle ocho del suroeste de la ciudad. A la altura de la avenida setenta, doblé a la izquierda y entré en una casa de música que hacia años no visitaba. La tienda vende música en CDs y DVDs para el mercado hispano de la ciudad –Cuba es una subsección bastante bien surtida. Mi hijo se instaló unos auriculares y escuchaba cualquier cosa, yo miraba y revisaba la música y las películas cubanas que el lugar oferta. Era muy temprano y el lugar estaba desierto: la cajera y yo, mi hijo y un señor, que habalaba sin cesar de cualquier cosa con la cajera.

Esos domingos en la mañana en los que despierto casi siempre de una mala noche sabatina, y la nostalgia se funde en el consumismo. Esos domingos en la mañana en los que en la otra vida solía estar en la sacristía, en el altar o en los salones parroquiales. En fin, ayer domingo en la mañana en una tienda de música y filmes, compré un par de CDs del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC y dos DVDs: El ojo del canario acercamiento al Martí joven, de Fernando Pérez y Habanastation de Ian Padrón. Supé que había enderezado el domingo: en el auto y en la casa, la sonoridad de aquellos años que yo no sabía lo que estaba viviendo y en la noche, junto a E, Habanastation, un testimonio de un país, de una ciudad que miraba con ojos extraños y, a la vez, sentía como propia –años perdidos. Si antes viví sin saber lo que vivía, ahora no he vivido lo que me tocaba vivir. ¿Cuál ha sido mi vida real?

La música y la poesía, las voces, de Silvio y Pablo como parte inevitable de la banda sonora con que recuerdo el pasado; Noel Nicola y Sara Gonzalez haciendo su parte. Enciendo el CD player, me siento solo, enciendo un cigarrillo que acompaño con unas cervezas, y me pongo a vivir. Quizás ese es el sentido real de mi vida: mentirme, crearme leyendas, hacer borgianos ejercicios de la memoria y de la otredad. Más allá de las circunstancias personales, la música, las canciones, que se fraguaron en esos años, en ese Grupo, pertenecen a todo el tiempo.

Habanastation es la vindicación de un cine posible que evada las comodidades y los lugares comunes, aunque todavía es deudora de cierta imaginería y sonoridad afrocubana. La película de Padrón está hecha desde la honestidad y la discreción, sugiriendo lecturas, regalando dichas mínimas, sin premuras y prejuicios, y eso convierte en arte, la parte de realidad que trabaja. Lo siento por mí, que no puedo ser ni parte, ni arte. Sin sobresaltos, ni lamentos –calladamente, en silencio, blanco, ilimitado. Es noche de domingo. No llueve. Y me duermo entra las melodías sonoras que acompañan las imágenes de mi vida pasada, imágenes sacadas de noticieros y filmes –y entre ellas las caras de Mayito y Carlos, en otro filme que ya no me consuela más.

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