He leído (visitado) poco El Estornudo—más de lo debido. Y no es que esté mal el website, o que carezca de atractivo en su factura, sino que me aburren las revistas, las novelas, los ensayos, los artículos… de los eternos adolescentes que se embroncan con sus mayores porque saben que la sangre no llegará al río; me aburren esas boutades con las que tratan de ser originales a toda costa, exigencia de una modernidad fallida que les ha llegado no sólo ya tardíamente, sino falsificada, adulterada, corrompida, desmovilizada por su propia (y convenientemente prematura) posteridad.
Casi a punto de comenzar a hilvanar las notas que había tomado para escribir este texto, y repasando el website de marras, leo que desde febrero, eso parece, es imposible acceder, desde Cuba, a El Estornudo: ¡Censura!, claman sus editores, quienes dicen que "el gobierno cubano ha decidido bloquear el acceso directo a la revista desde territorio nacional" y hablan, con razón, de la "grisura informativa de los medios de propaganda del Estado" y de cómo ellos son esa alternativa que quizás todos nos hemos creído ser alguna vez, puestos (por nosotros mismos) en esa función divina de adelantados de lo nuevo. De la lectura del editorial en el que se denuncia ese acto de censura se puede entender que son un medio de prensa que recurre, hay que asumir que ya de manera orgánica, a buena parte, sino toda, de la retórica política (gastada) que los enemigos históricos de la Revolución cubana, del gobierno cubano, han usado, y que lo hacen sin mayor originalidad ni siquiera generacional:
- "Como recompensa por este pequeño pero íntegro ejercicio de resistencia..."—subrayo esas dos palabras para destacar que: 1) si trabajas en (para) un "medio de propaganda del Estado" no eres íntegro, y que esta resistencia lo es a algo congénitamente perjudicial, en cualquier grado o modo, léase "el gobierno cubano".
- "El Estornudo cumplía una función (...) vital [para aquellos que] buscan con denuedo el relato verídico y honesto de un país..." —los subrayados siguen siendo míos: ninguna instancia del gobierno, del Estado o de sus medios, o de aquellos que se "pliegan" a sus (des)órdenes, ni dice la verdad ni es honesto —nadie, parece insinuar El Estornudo, salvo ellos, la alternativa.
- "...otros sitios de prensa bloqueados en la Isla como 14ymedio, Diario de Cuba, CiberCuba, Café Fuerte..."—vaya ejemplos de integridad y honestidad, de alternativas. Unos más, otros menos, esos sitios se dedican con una "disciplina" sistemática y calculada, sin un mínimo de decencia siquiera intelectual, a dizque "reportar" la realidad cubana con más deseo que realidad.
- De la censura, también: "...es el estado natural de las cosas"—en Cuba, claro está.
- Otra: "...los actos de la dictadura..."—no hay gobierno ni instituciones, nada de eso, ni siquiera una historia anterior (en la que todos hemos sido responsables y de la que todos hemos sido beneficiarios) que explicar o reivindicar, sino pura y dura dictadura... caída del cielo, es decir, del infierno. En esto, creo yo, no son muy alternativos.
- Un momento de combatividad: "No vamos a descender a esa forma conciliatoria y pusilánime del discurso en el que hacemos periodismo casi como si pidiéramos perdón, dando explicaciones gratuitas al represor en vez de exigírselas..."—los subrayados son míos, por razones obvias.
- "... el régimen de La Habana..."—ésta muy parecida a "los actos de la dictadura"; ambas parecen apuntar a la idea de que en Cuba no hay que respetar nada, que todo ha sido una mascarada, un infundio, y me pregunto cómo ha sido posible, entonces, que la Revolución y el gobierno y el Estado cubanos hayan podido sobrevivir a tantos años de asedio orquestado, animado y dirigido por la potencia más poderosa del planeta, ¿cómo? ¿a base sólo de represión y censura? Solo la ausencia total de un mínimo de decencia (e inteligencia), aunque se difiera de todo lo que sustenta lo que todavía hoy, a sesenta años, está, y por algo, en el poder en Cuba, podría conceder la menor beligerancia a argumentos por defecto como los de El Estornudo.
- "...Cuba es un país largamente envuelto en una grave crisis moral, económica y social que parece no tener fin..."—esto es tan vergonzosamente fraudulento, intelectualmente hablando, que no vale la pena sino preguntarse qué otro lugar tenían en la cabeza y el corazón cuándo escribieron eso, ¿cuáles son sus otras referencias?
- "Huimos de la sinonimia entre gobierno y país, pues consideramos que sería entregarle al Gobierno más territorio del que merece..."—sigo subrayando yo; en el sentido más lato de la más clásica ciencia política, el gobierno representa siempre al país, o al menos una parte; cosa que parece reconocerse en el editorial que aquí comentamos, al concedérsele, implícitamente. al Gobierno cubano una cierta porción merecida de territorio... a no ser que los de El Estornudo hayan querido reformular lo que el arzobispo santiaguero Monseñor Pedro Meurice Estiú (le) dijera al Papa Juan Pablo II en su visita a la diócesis primada de Cuba: "Le presento, además, un número creciente de cubanos que han confundido la patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas y la cultura con una ideología." Los subrayados son míos; se puede estar en desacuerdo con monseñor Meurice, yo lo estoy (como lo estuve entonces, back then), pero su formulación es, desde el punto de vista argumentativo, impecable; la del equipo de El Estornudo es, cuando menos, inexacta.
¿Cómo confiarse entonces a un sitio que se proclama alternativo si su propio discurso se diferencia tan poco de otro tan geriátrico como el que critican y, además, históricamente fallido?
El acto de escribir sobre este sitio emanó de la lectura, en El Estornudo, de sendas crónicas sobre dos personas diametralmente opuestas. En ambas crónicas se evidencia el mismo fundamento para mí equivocado, el mismo error de fondo y de cálculo: el de que el mero hecho de postular lo que te diferencia te engrandece, te hace casi infalible en tus juicios sobre la realidad cubana, te hace un modelo —no eres un "hombre nuevo", eres mejor y, sobre todo, eres el único real, es decir, el hombre de siempre, aquel precisamente contra el que se hizo la revolución que tanto detestan. A uno de los dos sujetos centrales de las respectivas crónicas lo conozco personalmente, persona honesta en su decencia esencial, y exquisita en sus saberes y sus tratos, que ha vivido apasionadamente su destino de ser cubano y tiene y dejará detrás una obra material, una colección que, en su grandeza, quiere el coleccionista disponer para instrucción y solaz del pueblo cubano, trátese de hombres nuevos o no —ahí, hay nobleza—, pero cuyos juicios políticos, a los que tiene absoluto derecho natural, son de una simpleza tan escolar, que no scholar, que tal vez sería delicioso oírselos en una conversación de sobremesa después de un almuerzo de domingo y, así, en ese bochorno, dormitar. Pero el cronista de El Estornudo se calla, y otorga, y pasa como argumento a considerar lo que se desvanece y derrite, no en el aire, sino el cielo de la boca. De la otra crónica no hay nada que decir, o no hace falta, salvo recordarnos que es válido escribir, también, sobre los que han sido repatriados desde los Estados Unidos a Cuba por razones (y antecedentes) penales; todos, sin excepción. Ejercicio periodístico que muchos lectores cubanos, en Cuba y fuera de Cuba, agradeceríamos. [Hay antecedentes: consúltese la obra de Estela Bravo.] Pero de ahí a convertir a uno de esos personajes en casi un héroe salido de un cuento de Hemingway, en un tipo duro con filosofía, hay una distancia que nunca debería ser recorrida, a no ser que el periodismo renuncie a su esencia por definición, la del relato o investigación inspirados y movidos por la búsqueda, ética, de la verdad que no solo informe, sino además edifique.
Ciertamente, me cuesta, me duele escribir esto—no hay animosidad personal alguna. No puede haberla. También yo estuve donde hoy están ellos cuando apenas eran el sueño de sus padres (no todos, veo a algún que otro viejo adolescente ahí), cuando el precio de la palabra no ya escrita, sino dicha, era más que un simple "bloqueo". Ser independiente no es decir lo contrario a toda costa, sino la verdad, toda la verdad, a todo el mundo, y para todo el mundo, con todo el mundo. Les aseguro que entonces serán libres, pero que el precio que pagaran será más alto que un simple "bloqueo": el de la verdad que no solo se deja decir, sino que además exige vivir, y actuar, de cierta forma estrictamente necesaria.