sábado, 17 de diciembre de 2016

Coletilla

[A propósito de la publicación en Patrias de un artículo de John Lee Anderson, decidí escribir(le) una coletilla para, de un modo muy sencillo, decirle a ese escribidor que la impunidad no lo es tanta. Todos los enemigos, abiertos o solapados, de Cuba hablan de la muerte de Fidel y del fin de la Revolución. ¿No aprenden? No aprenden.

Penúltimas impudicias 

Desde el mismísimo título hasta la última oración, el artículo de Jon Lee Anderson divulga el mensaje que ellos han decidido se debe transmitir, ora usando la chabacanería más ramplona (de Miami y Nueva Jersey, digamos), ora el educado y académico discurso de periódicos, revistas y otros medios: murió, ya nada será igual. Lo que se puede traducir como sigue: el orden y la normalidad, el mercado y la libertad han ganado, no hay alternativas, demoró un poco, pero, al fin, éste sí es el verdadero final de la historia, dice Fukuyama disfrazado de Anderson. [Andrés Oppenheimer puede descansar, su larga hora final ha acabado, su vaticinio se ha cumplido.] 
A lo largo de todo su artículo, Anderson se dedica a rebajar a la categoría humana a un semidiós (como él mismo describe a Fidel): entonces nos cuenta de las bolas de helado que se comió una vez, de sus meteduras de pata con el Che en Bolivia y la Crisis de Octubre; de su manipulación de los eventos del Mariel en 1980 que comienzan, según Anderson, con la entrada a la fuerza de un grupo de “disidentes” a la embajada del Perú y terminan con la producción de “Scarface” en 1983; nos dice Anderson cómo los profesionales cubanos abandonaron Cuba a partir de los noventa para ser botones, prostitutas y vendedores ambulantes en distintas ciudades del mundo; el objetivo Anderson nos cuenta también de las facultades de “Castro” (entre comillas, porque jamás podré pronunciar así, a secas, el apellido de Fidel, sin sentirme, por ese mero gesto que no tiene nada de neutral, ajeno a mí mismo) para engañar, a Matthews, de TNYT, y al mundo, porque hizo de las enseñanzas de Maquiavelo una “marca registrada”. Lo único que le concede, de pasada, claro, es que le llama “valiente”. ¡Dios mío! ¡Y este señor está escribiendo una biografía de Fidel Castro, y escribe para The New Yorker y este artículo es para la BBC! 
Los confunde la verdad. No pueden, bajo ningún concepto, admitir la verdad, la rectitud, la consagración a un ideal, con el que se puede o no coincidir. Lo de ellos es seguir pasando su inmunda codicia disfrazada de derechos humanos y libertades fundamentales.
Anderson, quien es lo que suele llamarse un escritor serio si lo comparamos con otros del patio, entiende la realidad a partir de códigos y lecturas recetadas, no hay una mirada crítica, un pensamiento independiente: simplemente no hay alternativas, a lo sumo podemos arrancarle algunas mejorías a esto, pero remedios radicales, nueva sociedad, cambio de estructuras socioeconómicas y del régimen de propiedad, no, nada de eso, eso es una quimera, un imposible metafísico, un cuento de camino de esos que dice Anderson, Fidel dominaba tan bien. Pues, bien, el cuento de camino castrista los aterra a todos y de todas partes disparan para acabar con el fantasma… Si en Cuba hubieran hecho un funeral con todo el fasto pasible, lo habrían criticado. Un funeral sencillo pero simbólico los ha insultado… Como murió diez años después que lo dieran por muerto, su muerte no le supo a gloria (amarillista)… No hubo dramatismo… Hasta después de muerto los sorprende, no porque fuera un semidiós, Anderson, sino porque fue consecuente… La consecuencia en los principios es algo que no es común por acá. [Ahora resulta que el presidente electo no cumplirá ni un tercio de lo que prometió. Pero eso sabía. Y la grande, seria y libre prensa no dijo nada. Se calló y participó en el embuste. Claro, con esas premisas qué caramba van a entender un proceso político y un liderazgo serio.]
Los cubanos saben distinguir a un mentiroso de un cojo tan rápido como otros un auto modelo tal de otro modelo tal cual.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Confusiones (II)

I
Entre las muchas perlas que ha publicado en estos días el periódico global —ya sabemos lo que es eso de la “prensa libre”, el mismo perro con diferente collar—a raíz de la muerte de Fidel Castro hay una de un tal Juan Cruz que es una catástrofe, “El miedo de Virgilio Piñera ante el líder”. Dice cada bobería que uno se pregunta cómo es posible que se publique en un periódico, El País, que quiere aparentar ser serio; de las inexactitudes ni hablar. Comienza citando una, dice Juan, sátira escrita en 1964 por Jorge de Ibargüengoitia que dice ser una “advertencia” y acto seguido escribe sin que le tiemblen los dedos sobre el ordenador: “La revolución no es lo que era”. Escribe, también, de las “advertencias” que hizo Cabrera Infante pero que él, Juan, seguía empeñado en creer que “la revolución era lo que no era”. [Evidentemente, Juan tenía problemas con el ser. ¿Lector (mediocre) de Heidegger?] Pero dice que lo que lo convenció, lo que lo sacó de su duda existencial, fue el libro de Eliseo Alberto, Informe contra mí mismo, esa joyita de la literatura de los noventa, y la confesión de Eliseo de que espiaba a su propio padre. Casi a renglón seguido se despeña por el precipicio de la inexactitud. Juan comienza haciendo cabriolas con las palabras e imágenes, y escribe: “Pero el momento más esclarecedor de esa oscura noche que Fidel Castro convirtió en interminable…” Ese “momento más esclarecedor” fue cuando Virgilio Piñera le dijo a Fidel Castro que tenía miedo [“Tengo miedo”, dice Juan que le dijo Virgilio a Fidel. Y lo creo. A Virgilio.] Según Juan —no el evangelista, sino el periodista del periódico global—, Virgilio le dijo eso a Fidel después de “la reunión de Fidel con los artistas cubanos tras el caso Padilla”. Chúpate esa que es de frambuesa, decía un viejo sacristán en mi parroquia. ¿Que ya no queda nadie serio en ese periódico global?

II
En la misma cuerda de las joyitas del periódico global, aparecieron sendos artículos de Rafael Rojas e Iván de la Nuez que merecen ser comentados. Una nota personal: de entre toda la morralla que le salió a la revolución cubana después de la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética, de entre tanto exdirigente de la UJC y el Partido, de la FEU y otras instituciones y organismos estatales, algunos de ellos, delfines de altos y medianos cargos militares y políticos, o personalidades del mundo de la cultura o académico, estos dos destacan por su capacidad intelectual y sentido ético, al menos eso quiero pensar todavía. No soy amigo de ellos; mas siento que pueden salvarse entre tanta basura que hace rato pasó a la más pura e histérica vulgaridad y está cómodamente instalada entre la indecencia y las excrecencias sin sentido alguno de la ética o, digamos, de una minima moralia. Pensé en escribir sus nombres, los de la moralla, pero ni eso tienen —son solo etiquetas impresentables, talking but not thinking heads. Los dos artículos que me ocupan están escritos tratando de contenerse en la corrección de lo político (el de Rojas) y de lo intelectual (de la Nuez), pero en ambos asoma el tufillo oportunista, apestan las inoportunas consideraciones del hombre que ha muerto en el ejercicio del retiro oportuno. Ninguno de los dos tiene la libertad de escribir la verdad, al menos la suya, la que es consecuente con sus vidas y sus conocimientos, porque no tendrían cátedra ni espacio periodístico. Los dos saben, o deben saber, lo que es hacer política de principios en un mundo carente de fundamentos morales, donde lo que cuenta, además del cash, es la habilidad de acumular cuanta pepita de oro, material o simbólica, esté regada por ahí. Creo en la necesidad y el deber de analizar e interpretar todos los fenómenos humanos y divinos, y filosofar sobre ellos, que nada quede fuera de la mirada crítica. Pero más aún creo en lo ético que conlleva la verdad y la responsabilidad. Y, des-graciadamente, sin gracia de la buena, no el vulgar charm que nos venden los mercados de celebridades y famosos, Rojas y de la Nuez se enfrascan en un discurso derrotado de antemano, el discurso de las multitudes adocenadas que recordamos dos veces en una misma semana: el día que entró Jesús en Jerusalén y el día que lo mataron por la verdad

III
Sigue la fiesta por acá, espejo roto, imagen inversa

IV
Comprendo, siento com-pasión, por tanto exiliado que vio su vida destrozada, sus propiedades embargadas, sus familias diezmadas, su larga permanencia fuera del hogar. Comprendo, a los pocos que quedan, a esos testigos de aquellos días duros como los años que fueron. Comprendo su desahogo en mil maneras expresado, su sentimiento de redención ante la muerte de su verdugo particular. Entiendo que la industria de la contrarrevolución esté nerviosa y trate de apurar, en estas circunstancias que le parecen propicias, el final de la dictadura, se quedan sin el “negocio” que tanto dividendo económico y político les ha proporcionado. Puedo, incluso, procesar el entusiasmo de quienes pasaron largos años de cárcel. Pero el embullo cederista de tanto “exiliado” que no ha hecho otra cosa que parasitar a la sombra, primero del socialismo real y ahora del capitalismo tardío, me resulta tan incomprensible como repugnante

V
No hay quien hable de decoro, honor, respeto en la era en que la más alta magistratura del país será ocupada por lo indecoroso, el deshonor y la falta de respeto por todos y por todos (los que no sean como yo, añade el hombre con nombre de pato)

VI
La vida los otros, desde su estreno, se convirtió en la película emblemática de los cubanos con pretensiones intelectuales, o sin ella, pero que en común tienen el horror al régimen del que muchos vivieron y se aprovecharon a costa de los otros reales, de los que estaban fuera del círculo de privilegios que otorgaba ser familia, amigo, amante de alguien “conectado” con algunas de las emanaciones del aparato. ¡Cómo les gusta la película! Se ven retratados en ella, dicen con cara de compromiso, algunos hasta la estiran y hacen unas muecas que no se sabe si quieren sonreír o llorar o, simplemente, usar el retrete. La película de marras cuenta la historia de cómo en la Alemania Democrática el servicio de inteligencia, la Stasi, vigilaba de continuo a cualquiera que pudiera ser sospechoso, y todos eran sospechosos, todas las fantasías voyeuristas que hoy esos horrorizados cubanos satisfacen ahora en, y con, sus cuentas de Facebook. Estos son los mismos que antes tenían sueños con serpientes y ahora “sueñan” con matar a todos los castristasacabar con aquello… Debería escribirle su propia película. Le pondría por título La muerte de (nos)otros

VII
Vicente Echerri es un hombre de pasiones criminales como lo son tantos que se dicen amantes de la libertad y la democracia, que predicaron lo del pistoletazo redentor o lo de la modificación de la biología para salir de Fidel Castro. Vicente Echerri acaba de escribir con relación al fallecimiento de Fidel: “Si hubiera naufragado en alta mar, si, por ejemplo, mi amigo Guillermo Estévez, piloto de la Fuerza Aérea de Cuba y acaso de servicio ese día, hubiera detectado el yatecito, con cuánto gusto lo habría enviado al fondo del Caribe con todos sus tripulantes.” A diferencia de otros que pueden ser tan soeces y escatológicos como la parisina egregia, Echerri se expresa con contención y elegancia. Echerri detecta ciertos vicios en la sociedad cubana actual y señala su causa: “Los modelos de refinamiento que distinguieron a la nación cubana –desde que se gestara en las obras y cenáculos de sus próceres fundadores del siglo XIX– se fueron al exilio o a la cárcel con sus clases más prósperas. Carentes de estos dechados, que habían funcionado desde la época colonial como marco de la convivencia civil, el pueblo se fue hundiendo en la barbarie, que el régimen segregaba como un veneno, hasta llegar a la desfiguración del presente: la tribu menesterosa y zafia, oportunista y cínica en que se ha convertido y a la que una gestión democrática tendría muy pocas probabilidades de reeducar.” Los “modelos de refinamiento” a los que Echerri se refiere se apoyaron en el trabajo esclavo ­­—en realidad, la riqueza no la producen los ricos, sino los pobres— en el diecinueve y sobre la espalda de los campesinos y obreros, blancos y negros, en el veinte. Todos los procesos revolucionarios lo primero que hacen es arremeter contra esos “modelos”, porque ellos hacen visibles los modelos de explotación. Puedo coincidir en algo con Echerri, de hecho coincido: la civilidad de la vida social cubana ha perdido en cuanto a los buenos modales, las buenas maneras, el buen gusto —pero voy más allá, esa civilidad también se ha perdido en toda la sociedad contemporánea desde la música hasta las artes, desde la academia hasta la política, sino mire a quién se eligió como presidente de los Estados Unidos: un asere que habla inglés, pero de lo peorcito, hombre chato en los modales, las maneras y el gusto, reflejo de la media de este país, que se vio proyectada en él. Pero sí, hay una crisis de civilidad en la sociedad cubana que hunde sus raíces en las condiciones socio-económicas en las que se ha vivido este último medio siglo y que son el resultado de la agresividad de los gobiernos norteamericanos y la ineficiencia de la burocracia cubana. Pero donde Echerri no puede evitar su repugnancia y su hiperbólico desprecio por el pueblo cubano es cuando lo trata de “tribu menesterosa y zafia”. Eso irrita, pero no a él; él vive apartado de la chusma; a él esa “tribu” no lo alcanza… Esa “tribu” sabe muy bien quién la puso en el camino de la emancipación y quien la quiere “acomodar” de nuevo como las patas de las mesas de los “modelos de refinamiento”. Creo que, si mira un poco en derredor, puede encontrar muy cerca de él a algunos menesterosos y muchos zafios, y otros que son menesterosos y zafios a la vez, dentro de esa ¿comunidad? de ¿cubanos? que “sufre” en Nueva York y Nueva Jersey

VIII
Si pasaran una “ley muda” que prohibiera a los cubanos de Miami participar en manifestaciones públicas o dar entrevistas a la radio o la televisión si en algún momento de sus vidas tuvieron la más mínima connivencia con el régimen de Castro, entonces Miami sería una ciudad a la medida de Bergman, just cries and whispers

IX
Recuerdo cuando anunciaron en el periódico Granma la muerte de Batista, no hubo manifestaciones de gozo, ni gritería en las calles, ni largos editoriales y artículos —una escueta nota de prensa. Creo recordar también que cuando anunciaron que Rolando Masferrer había sido asesinado en Miami, tampoco hubo manifestaciones de júbilo. Cuando el presidente Reagan fue víctima de un atentado tampoco hubo reacciones emocionales catárticas. No creo que cuando Más Canosa murió se realizaran manifestaciones y celebraciones. Con Ventura, tampoco. Y todos esos enlutaron a Cuba y a los cubanos de múltiples maneras: desde el asesinato al latrocinio a la implementación de políticas para estrangular la economía del país. Eso de celebrar la muerte de alguien solo es típico de algunos cubanos de Miami y de la prensa de Miami que se permite publicar artículos de esa calaña y de los “voceros del exilio cubano” que han lucrado con la “causa de Cuba”. Eso habla del raquitismo (pobreza es una voz tan bella que me niego a asociarla con esta gente) moral, de la indigencia política, del parasitismo de estos “exiliados”

X
Me apunto a eso de "canalla sin poesía", como Gael García Bernal se refiere al presidente electo sin la mayoría del voto popular, pero con la mayoría de la institución (más anti-democrática) que decide las elecciones, los votos del colegio electoral —ya no será más el "hombre con nombre de pato" (así escapo de la furia de los defensores de la integridad de los animales), sino el "canalla sin poesía"

Kafka, Diarios (1920)

Del cuaderno en que Franz Kafka registraba sus impresiones diarias, los apuntes tomados en 1920 que lograron sobrevivir a la voluntad de d...