La pena y la
incredulidad no han cedido. Pareciera que va a salir a lanzar la próxima
temporada, que se prepara para el día inaugural del 2017, que su madre y abuela
lo miman. Pero nada de eso es real. La realidad, terca como ella sola, es que
no habrá más temporadas para José Fernández, ni con José Fernández. La emoción
ha cedido, eso sí. Ahora puedo ver con más claridad aristas de este accidente
evitable. No me adscribo ciegamente a los dictados de un azar inapelable,
“cuando las cosas van a suceder, suceden”. No creo griegamente en el destino.
Invocar la providencia como la última responsable de los avatares de la vida es
de un facilismo ramplón. En cierto modo es anular la libertad humana, esquivar
la responsabilidad.
En el desafortunado
accidente murieron, además de Fernández, dos jóvenes más: Eddie Rivero y Emilio
Macías. Muy poco se sabe de estos otros dos jóvenes. Casi ni se habla de ellos.
Rumores en las redes sociales. La celebridad de José opaca la muerte de Eddie y
Emilio. No todos en Miami lloran al pelotero cubano. Los familiares de esos
otros jóvenes, aunque no se han pronunciado públicamente, podrían estar
molestos, además de sentir la muerte de los tres, trágica e inoportunamente. El
tiempo que lo aplaca todo irá sacando de la noche y del mar algunas reflexiones
difíciles de aparejar con toda la narrativa cuasi hagiográfica y melodramática
que se ha elaborado a partir de estos sucesos.
Llama la atención que
apenas seis horas después del accidente las autoridades declararan que el bote
no era propiedad de Fernández y que no había indicios de que el alcohol o las
drogas fueran causantes del mismo. Este tipo de declaraciones exculpatorias no
suelen hacerse. Tampoco incriminatorias. Se pide tiempo para investigar y
producir todo tipo de evidencias que aclaren hasta donde es posible los hechos.
Conociendo cómo se comporta el mercado legal en este tipo de caso, el
manejo de los seguros en este tipo de hechos y personas involucradas, la mercantilización
de la vida social, no es improbable que se estuvieran estableciendo las bases
para evitar demandas y cobrar seguros. De hecho, esas declaraciones fueron
desmentidas: el bote era propiedad de Fernández y todavía se estaban efectuando
pruebas de toxicología. Dos semanas después aún seguimos sin saber los
resultados de esas pruebas y algunas preguntas incómodas comienza a aflorar:
discutes con tu novia, tomas tu bote, te montas con dos amigos y te diriges a una
marina donde expenden comidas y bebidas hasta altas horas de la noche y después
te vas a pasear en tu bote en lo más cerrado de la noche, a la más alta
velocidad, para combatir el estrés. Esos son los hechos fríos. La lectura de
esos hechos puede llevarnos a inferir inmadurez e irresponsabilidad —hay un
proceder cuestionable en esa sucesión de hechos fríos. Lamentablemente las
vidas perdidas no se pueden recuperar, el dolor producido en familiares y
amigos no se podrá mitigar en mucho tiempo, quizás nunca. No es necesario
proceder a la inculpación de alguien. Tampoco es justo que se evadan las
responsabilidades y el análisis serio, desprovisto de melosas metáforas y
engañosos giros.
Este lenguaje tan
predecible y gris que nos hemos inventado para sortear las precariedades y el
vacío en que la sociedad moderna, o postmoderna, nos ha metido, un lenguaje
deslucido y esquemático, este lenguaje en su deriva legal prescribe una serie
de figuras, entre ellas wrongful death u homicidio culposo (o por
negligencia), que podrían usarse para describir los sucesos del pasado 25 de
septiembre. Siempre quedará la duda de si esas muertes fueron el resultado de
un comportamiento negligente e irresponsable de uno de ellos o de los tres —eso
nunca lo sabremos. Sabemos que fue una muerte a destiempo y resultado de un
accidente que nunca debió suceder.
Pensé que ya muy
viejo, si aún viviera, iba a comentar, el día que José Fernández llegara al hall
of fame, que lo había visto desde sus comienzos, desde el mismo día que los
Marlins lo firmaran en el draft del 2011. Pensé verlo lanzar en finales
de series mundiales, romper todos los records posibles para un pitcher. Era una
alegría y una seguridad de victoria cada día que lanzaba. Ya nada de eso será,
sino un recuerdo amargo.