viernes, 14 de octubre de 2016

In memorian [de los tres]

La pena y la incredulidad no han cedido. Pareciera que va a salir a lanzar la próxima temporada, que se prepara para el día inaugural del 2017, que su madre y abuela lo miman. Pero nada de eso es real. La realidad, terca como ella sola, es que no habrá más temporadas para José Fernández, ni con José Fernández. La emoción ha cedido, eso sí. Ahora puedo ver con más claridad aristas de este accidente evitable. No me adscribo ciegamente a los dictados de un azar inapelable, “cuando las cosas van a suceder, suceden”. No creo griegamente en el destino. Invocar la providencia como la última responsable de los avatares de la vida es de un facilismo ramplón. En cierto modo es anular la libertad humana, esquivar la responsabilidad.
En el desafortunado accidente murieron, además de Fernández, dos jóvenes más: Eddie Rivero y Emilio Macías. Muy poco se sabe de estos otros dos jóvenes. Casi ni se habla de ellos. Rumores en las redes sociales. La celebridad de José opaca la muerte de Eddie y Emilio. No todos en Miami lloran al pelotero cubano. Los familiares de esos otros jóvenes, aunque no se han pronunciado públicamente, podrían estar molestos, además de sentir la muerte de los tres, trágica e inoportunamente. El tiempo que lo aplaca todo irá sacando de la noche y del mar algunas reflexiones difíciles de aparejar con toda la narrativa cuasi hagiográfica y melodramática que se ha elaborado a partir de estos sucesos.
Llama la atención que apenas seis horas después del accidente las autoridades declararan que el bote no era propiedad de Fernández y que no había indicios de que el alcohol o las drogas fueran causantes del mismo. Este tipo de declaraciones exculpatorias no suelen hacerse. Tampoco incriminatorias. Se pide tiempo para investigar y producir todo tipo de evidencias que aclaren hasta donde es posible los hechos. Conociendo cómo se comporta el mercado legal en este tipo de caso, el manejo de los seguros en este tipo de hechos y personas involucradas, la mercantilización de la vida social, no es improbable que se estuvieran estableciendo las bases para evitar demandas y cobrar seguros. De hecho, esas declaraciones fueron desmentidas: el bote era propiedad de Fernández y todavía se estaban efectuando pruebas de toxicología. Dos semanas después aún seguimos sin saber los resultados de esas pruebas y algunas preguntas incómodas comienza a aflorar: discutes con tu novia, tomas tu bote, te montas con dos amigos y te diriges a una marina donde expenden comidas y bebidas hasta altas horas de la noche y después te vas a pasear en tu bote en lo más cerrado de la noche, a la más alta velocidad, para combatir el estrés. Esos son los hechos fríos. La lectura de esos hechos puede llevarnos a inferir inmadurez e irresponsabilidad —hay un proceder cuestionable en esa sucesión de hechos fríos. Lamentablemente las vidas perdidas no se pueden recuperar, el dolor producido en familiares y amigos no se podrá mitigar en mucho tiempo, quizás nunca. No es necesario proceder a la inculpación de alguien. Tampoco es justo que se evadan las responsabilidades y el análisis serio, desprovisto de melosas metáforas y engañosos giros.
Este lenguaje tan predecible y gris que nos hemos inventado para sortear las precariedades y el vacío en que la sociedad moderna, o postmoderna, nos ha metido, un lenguaje deslucido y esquemático, este lenguaje en su deriva legal prescribe una serie de figuras, entre ellas wrongful death u homicidio culposo (o por negligencia), que podrían usarse para describir los sucesos del pasado 25 de septiembre. Siempre quedará la duda de si esas muertes fueron el resultado de un comportamiento negligente e irresponsable de uno de ellos o de los tres —eso nunca lo sabremos. Sabemos que fue una muerte a destiempo y resultado de un accidente que nunca debió suceder.

Pensé que ya muy viejo, si aún viviera, iba a comentar, el día que José Fernández llegara al hall of fame, que lo había visto desde sus comienzos, desde el mismo día que los Marlins lo firmaran en el draft del 2011. Pensé verlo lanzar en finales de series mundiales, romper todos los records posibles para un pitcher. Era una alegría y una seguridad de victoria cada día que lanzaba. Ya nada de eso será, sino un recuerdo amargo.

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