miércoles, 17 de diciembre de 2014

diciembre

Estos días se prestan para rememorar personas, sitios, eventos, incluso algunos escritos que fueron olvidados al minuto de ser escritos. Encontré este párrafo en un folder dentro de un flash drive que apenas uso hace años. No tiene, en efecto, mayor valor que el que puede otorgar leerlo en un día claro y frío, una mañana de diciembre de cualquier año. Tiene el valor de la persistencia de algunas privadas certezas…

Ahora que acaban las festividades de navidad y fin de año es propicio pensar en lo pasado y suponer el porvenir. Entre otras cosas pienso en mis amigos -en los que nunca he vuelto a ver o he visto muy poco y la amistad se ha diluido, borrado, y queda, junto al sentimiento de pérdida, la memoria pálida pero afectuosa que libera al pasado de imperfecciones y manchas; pienso en los amigos adquiridos en las últimas lides y el pasado que estamos construyendo ahora a base de complicidades; pienso en los amigos que ya no son porque nos separó lo que debía unirnos, el afecto, o el efecto de los afectos; pienso en los amigos a quienes nunca he visto, con quienes nunca he conversado, amigos que han devenido tales a través de la lectura, amigos escritores, pintores, santos, pecadores, personajes de los libros o los lienzos, pensadores, políticos, músicos, poetas, víctimas de sí mismos o de las circunstancias. Hay otras amistades que son como "daños colaterales", amistades que nacen fundamentalmente de la rutina diaria y esas son las que con más asiduidad tratamos, con las que nacen unos tenues pero efectivísimos lazos de convivencia. De estos  últimos, de su azaroso presente (¿qué presente no es azaroso?), he aprendido muchas cosas, cotidianas unas, trascendentales otras.

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