jueves, 16 de junio de 2011

Paradiso recovered


Paradise lost, memory regained. As in its final verses Milton’s long poem sings “They, hand in hand, with wandering steps and slow, / Through Eden took their solitary way.” Adán y Eva de la mano como dos enamorados abandonan el paraíso que le había sido regaldo y toman su camino solitario. ¿Y cómo solitario, si van los dos de la mano, juntos, enamorados? La soledad será ya para siempre la marca del ser humano. Una soledad, un vacío, que insistimos en poblar, que adornamos con insistencia pueril, que la atormentamos con nuestro ser lenguaraz, que intentamos soliviantar con elixires de dudosa factura. Esa soledad que se repite en el salmo 107 y que la version inglesa conocida como King James traduce: “They wandered in the wilderness in a solitary way; they found no city to dwell in.” Tanto Milton como la version King James de la Biblia usan “wander” y “solitary way”; quizás cierta contemporaneidad dispuso del uso de esas palabras para referirse a la experiencia humana despues del pecado. De cualquier manera, Adán y Eva y ese pronombre que usa el salmo 107, ellos, vagan por un camino solitario, se alejan del paraíso, están sedientos, no encuentran lugar, y “ellos” son la cifra de la humanidad, así que todos compartimos ese mismo destino de desamparo, de errancia.

Paz en Miami le dijo a los poetas del patio, allá en el ya lejano 1994 que todo poeta es un exiliado, porque la patria del poeta son las palabras. Fue una brevísima alocución después de una larguísima lectura de poemas. De esa tarde-noche, solo recuerdo las palabras de Octavio, el resto fue habladuría. Lo importante es la convicción de Octavio Paz sobre la condición de exiliado del poeta, que quisiera extender al género humano, porque tenemos como patrimonio común las palabras.

In the memory of emigration, every German venison roast tastes as if it was freshly felled by the Freischuetz.” Adorno dixit –que es como decir que la carne de cerdo de Miami parece cocida en la cocina de leña de los abuelos. Lo más importante es el lugar en el que la carne de cerdo de Miami o del venado asado alemán parece ser un producto genuino, la memoria de la emigración. Otra vez, por otros rumbos, una vida dañada por la esquirla del destierro. La memoria como camino de regreso al paraíso perdido.

La memoria obsesiva. Un paraíso en la esquina de ciudad deshabitada. En un exquisito texto póstumo de herético título, Cuerpos divinos, Cabrera Infante coloca a modo de introducción un pequeñísimo exergo, como poema
Todos los personajes son reales.
Sus nombres son los de la vida real. La historia
ocurrió de veras.
Así, sólo el libro –esas páginas blancas
impresas con letras negras, la pasta del lomo,
la cubierta abigarrada-,
sólo el libro es ficticio.
que se le escapa a su prosaica escritura, el escritor que se exilia de isla a isla, siempre aislado, aúna en apretada síntesis realidad (de nombres) con ficción (de libro) para salvar el lapsus que lo separa de su personal paraíso, una ciudad mítica en su escritura, como lo fuera en los planos de Nicolas Quintana. Una obsesión amasada en una artesa de palabras y líneas.

En lugares de delicados pastos me hará yacer: Junto a aguas de reposo me pastoreará, salmo de David. Existe una fatiga, un íntimo deseo de descanso en un lugar fresco y claro. El paraíso está en la memoria recobrada y en las antípodas de la memoria el olvido que no hay otra venganza que el olvido, Borges dixit. Paradise lost, memory regained.

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